Revista Literatura

¿Será que la tierra es plana?

Publicado el 18 febrero 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
¿Será que la tierra es plana?© Maria Gutu Mi querido compañero epistolar: Año 2018. Y aún estamos boyando en esta circunferencia. Me recuerda a la figura de dos que se alejan pero que en realidad vuelven a encontrarse porque la tierra es redonda, muy a pesar de lo que dice una nueva asociación que promulga que la tierra es plana. Mucha gente que no tiene nada que hacer. Pasan los años y pasamos nosotros, recorriendo rutas y aún sin encontrarnos. Imagino tu mirada atenta a qué voy a escribir, por dónde saltará mi bipolaridad hoy. Si tengo un día candente, o un día choto, un día solitario o un día de jazz. El verano me consume. Eso lo sabés desde siempre. Aunque este verano tiene más aire a playa que otros. Mojo los pies en el mar y creo sentir el olor de las algas de nuestras playas del sur. Estoy harta de mirar al pasado, pero a veces es inevitable, porque de ese lugar es que venimos, y en ese lugar es que estuvimos con miles de sueños que fueron mojados por la espuma de las olas. Hoy creo que viven naufragando en el Atlántico. Me gusta pensar que las corrientes marinas los llevan y los traen, y que en algún momento volverán a la orilla, como una botella translúcida en la que dejamos escritos nuestros nombres. Lo que no sé y nadie me responde es si estaremos en la orilla para encontrar y destapar juntos esa botella. El invierno hoy es un lugar muy lejano. Miro por la ventana y las hojas de los árboles lucen verdes y aguerridas, prendidas con desesperación a las ramas de los árboles. Falta para despojarse, falta para otra oportunidad, falta para estirar la mano y para decidir. Pienso en el destino como un camión de los nuevos, esos que vienen de frente y no se pueden esquivar. Si así fuera, dudo que el invierno traiga otra cosa que frío o desencuentro. Lo siento darling, el calor no me deja pensar con coherencia ni con esperanza. Ayer, de refilón, antes de salir de mi casa hacia el mar, me miré en el espejo. Vi el largo del brazo reflejado en mi pupila, y en el medio el codo, arrugado. Un simple detalle. Igual de alarmante que la falta de tersura que habita mi cuello. La piel parece hacerse cada vez más holgada. Y nosotros, dentro de ese saco, que muchas veces sentimos como irreconocible. ¿Somos nosotros los que lo habitamos? ¿Cómo pueden congeniar este espíritu jóven y con tantas ganas de todo con una piel que ya no hace juego? Me siento una adolescente cautiva en un cuerpo de una mujer adulta. Me río como niña, y aún lloro como a los veinte. Quiero tirarme desde lugares insospechados, navegar, volar, delirar, hacer el amor a cualquier hora, comer cosas con azúcar, manzanas crocantes envueltas en pochoclo -mentira, las detesto pero quedaba lindo así escrito-, y quiero bailar. Todo eso mientras te espero, o hago que te espero, o sueño que te espero. El tiempo está resultando ser eso que acontece, que no puede capturarse, envasarse, atesorarse. Tengo más sueños que cuando tenía quince. Y sin embargo no son los mismos, pero arrastran la misma inconsciencia de quien piensa que tiene toda la vida por delante. Dejo de mirarme en el espejo y me la creo esa de que tengo una cantidad enorme de camino por recorrer. Que el camino sea arbolado, con trayectos a la sombra de la sierra, y con otros al costado del médano. Que sea un trayecto húmedo, seco, intenso, árido, dulce, amargo. A parte de mí misma, a quien arrastro ya casi por medio siglo, hay una línea intermitente, como la línea blanca que separa las vías en la ruta. A veces pienso que sos vos, otras que es la guía que me lleva al lugar inevitable en donde me espera la completitud, con este medio millón de pensamientos, de partículas, de sensaciones, de acciones, de decisiones, de histerias colectivas. Patricia Lohin Anuncios &b; &b;

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