Revista Talentos

Si yo abandoné la poesía fue por inútil

Publicado el 17 noviembre 2011 por Perropuka

Si yo abandoné la poesía fue por inútilEn aquella etapa de mi vida, en la que apenas alcanzaba el peso mosca (física y mentalmente) se me daba a la afición de jugar al romántico, de resbalar en cada mirada de una chica atractiva, de escuchar canciones melosas de turno (todavía no había descubierto a Sabina ni a Leonard Cohen), de leer poesía becqueriana o memorizar los “20 poemas de amor y una canción desesperada”. Terminaba mis dos últimos años de secundaria, por afinidad a los libros me gustaba naturalmente la materia de Literatura. En esa época la maestra nos leía diccionalmente entusiasta, cuentos de Cortázar (se lo agradezco un montón) pero también nos daba tareas pesadas como componer versos. Era bastante perezoso para estas obligaciones. Así las cosas, en una ocasión debíamos presentar dos poemas propios como tarea; bien que lo recuerdo por lo irónico que me resultó: copié un poema de un libro desconocido y el otro me lo inventé, era una oda patriótica. Resultado, la maestra se tragó el poema plagiado y no me creyó el mío-¡el jodidamente original!-, a pesar de mi insistencia. Por razones de calificaciones,  no confesé mi crimen. Esa fue la primera desazón que tuve,  justicia poética le llaman.
Aquella circunstancia me picó tanto el orgullo que los siguientes años me di a la tarea de vencer mi pereza para la escritura, amén de que andaba enamoradizo, empecé a leer a los más grandes de Latinoamérica;  desde Rubén Darío, pasando por Cesar Vallejo hasta la llegar a la Patagonia con los poetas chilenos. También me detuve en poetas nacionales como Oscar Cerruto,  y Pedro Shimose. Incluso tropecé en la biblioteca de la universidad con Rimbaud y Baudelaire (cuando debía ocuparme de mis obligaciones académicas). Leía sin ton ni son,  pero me conmovían especialmente Alberti y Benedetti con sus versos vitalistas. De estas lecturas desordenadas nacieron febrilmente mis primeras criaturas. Cientos de poemas quedaron desperdigados en mis archivos y cuadernos como constancia de mi entusiasmo literario. Qué le vamos a hacer, era el despertar de los veinte, el gobierno de la ingenuidad y el entusiasmo perruno que me acompañó en algún momento. Cuando Internet asomaba por el horizonte, empecé a participar de varios concursos online, mandando poemas sueltos. Con resultados diversos, algunos emails me llenaron la cabeza de humo y me sentí en las nubes. Ya saben: “tenemos el placer de comunicarle que su poema ha sido finalista o  seleccionado para participar de la antología de poesía, bla, bla…” Pero pasado el furor, leyendo más abajo, me di cuenta de que no era otra cosa que una estrategia de mercado de las editoriales; pedían el envío de dinero para poder participar en la publicación a condición de enviarnos algún ejemplar de la colección de cada temporada. Nunca envié  ningún dólar porque era demasiado para mi magra economía. Aún así autoricé por correo ordinario para que me publicaran algunos poemas en una antología  española, pero no me consta porque no los vi en papel. Internet paulatinamente me sacó de la autocomplacencia, fue llegar y descubrir que el mundo es ancho y ajeno y que todo estaba dicho. Whitman, Pessoa, Cavafis, Puskhin, García Lorca, Breton, Rilke  y otros pesos pesados firmaron mi sentencia, me rendí a la evidencia. A guardar la inspiración me dije y a otra cosa mariposa. Desde entonces renegué de la poesía, o de todo lo que se le pareciera, concluí que era un callejón sin salida, un intento elegante pero incompleto de explicar lo absurdo de la vida. No estoy seguro de que si su lectura me haya hecho un hombre de bien, no sé qué puedo deberle, a diferencia del fútbol que me enseñó a sobrellevar la derrota y a entender a los demás, individualista como soy. Ahí quedan dos ejemplos de esos años de autoengaño, de perseguir quimeras inútilmente. Ustedes me dirán que si valía la pena seguir adelante o hice bien en apartarme de sus caminos resbaladizos. Eso sí, lo mío no tiene vuelta, nunca más escribiré un solo verso, ni por los amores de una bella ragazza. Prefiero el fútbol mientras el cuerpo no se jubile,  y en esos quince minutos de descanso me abandono al cine, la siesta o al arte de bostezar como en este caso:
Inútil
Soy el inútil. El interpoladoentre la costumbrey la definición en el diccionario.El que mira lánguidamenteel rosal, de botones cuajadoy no se cuestiona si bien vale cortarlos.El que huye acalambradodel teléfono, del timbre, del perro zalamerodel calendario embustero.El que no se aparta bajo un alerocuando suelta la lluvia sus moscas de acerocomo intuyendo en esto, inutilidad.Sí, ese soy y este otro(digamos por resumir);desaliñado, mohoso, con semblante eternamente extraviadoacaso trazo que el día aparenta olvidar.Rata que al roer la tarde, como al preguntarte ¿me bostezaste?, oh Vida, se come tus ojos.
Este fue mi sentido homenaje al mundillo de los libros, tendría poco más de 20 años cuando se me ocurrió, fue mi poema más querido durante mucho tiempo, por el que mayores lisonjas recibí de esas editoriales alternativas que pululan en la red. Una de ellas decía: “El mejor regalo, fue seleccionado para su publicación porque estimula la imaginación y le brinda al lector una perspectiva fresca y única de la vida. Creemos que contribuirá a la importancia y al interés de esta histórica edición”. No me digan que la felicitación no fue sacada de una sarta de tópicos, de una zalamería absoluta e interesada. Durante un tiempo me lo creí. Menos mal que recapacité y el mundo se libró por lo menos de un gasto insulso de papel. A rodar la bola se ha dicho.
El mejor regalo
Regálame un libro
para los días sin simpatía
para las noches que entristezco de amor
para el tiempo,
que no parece que avanza.
Regálame un libro
para leerlo bajo la lluvia
para momentos que ofuscado,
me ciegan la ira y el dolor.
Regálame un libro
breve y pequeñito,
para serenar mi viaje
para acompañar mi espíritu solo
y en ese libro...
una mecedora para quedarme dormido.

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