Revista Literatura

Siesta en el jardín

Publicado el 24 octubre 2012 por Netomancia @netomancia
Había esperado la hora de la siesta para salir al patio, arrojar una toalla sobre el verde y tenderse luego a lo largo, para disfrutar de un par de horitas de sueño bajo el cálido sol de primavera. Pero ahora el sonido de la cortadora de césped del vecino atormentaba sus planes.
En su mente se imaginaba tomando un ladrillo de la hilera que su marido había hecho con prolijidad, con todos los que le habían sobrado de las mejoras en el techo. Su imaginación también evocaba la mano lanzándolo con todas las fuerzas por encima del tapial, con la intención de golpear en la cabeza de su vecino, para así, terminar con aquel suplicio de la máquina de cortar el césped.
Pero sabía que no haría nada de eso, que muy por el contrario, con fastidio y resignación se pondría de pie, recogería la toalla y se metería dentro de casa. Insultó en voz alta, aunque por el ruido, ni siquiera ella se escuchó. Con impotencia, gritó:
- ¡Vendería mi alma al diablo si por alguna puta razón el boludo de mi vecino se distrae y la máquina le pasa por encima!
En ese mismo momento escuchó un traqueteo, un chillido de dolor y vio, con cierto horror, por encima del tapial, un montón de sangre saltar al aire, para luego caer en forma de gotas densas y esféricas.
Se llevó las manos al pecho. Se apoderó de su corazón una sensación de angustia, muy próxima a la asfixia.  Algo estaba mal en su cuerpo, se sentía desfallecer, quizá un infanto...
- ¡ Por Dios, me merezco morir! ¡Le deseé la muerte y ahora...!  - dijo con un hilo de voz.
Entonces una sombra la cubrió por completo y una figura se detuvo a sus pies.
- Tranquila mujer, estoy llevándome lo que es mío. Tu salud está a salvo.
Cuando volvió del desmayo, estaba sola. Del otro lado del tapial alguien lloraba. A lo lejos se escuchaba la sirena de una ambulancia acercándose. Suspiró. Ahora si podría dormir esa siesta que tanto anhelaba.

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