Revista Diario

Sobre mudanzas

Publicado el 08 julio 2018 por Anamarinosa
El otro día nos mudamos un poco. Bueno, realmente nos mudamos de aquella manera: mi Jorge y yo nos bajamos a pulso todo lo del apartamento, lo metimos en una furgoneta, nos paramos a coger fuerzas en un McDonalds, lo volvimos a sacar a pulso de una furgoneta y lo metimos en un trastero. Cuando digo "todo el apartamento a pulso" quiero decir todo el apartamento; con sus mesas, sus sillas, sus cajas de cosas, su sofá, su cama, y sus tres pisos sin ascensor. Todavía me duele todo.
El asunto es que habíamos hablado con unos para que nos lo bajaran, pero no vinieron porque estaba lloviendo. Llover no llovía, pero cuando vimos que no se presentaban llamamos y nos dijeron que no venían porque estaba lloviendo y se nos iban a mojar las cosas. Mi Jorge que oye que no llueve, el otro que yo lo digo por vosotros, que se os va a quedar todo fatal, mi Jorge que mira que mejor no vengáis que no vais a tener campo para correr, el otro que ya te lo decía yo que era mejor que no fuéramos, y yo hiperventilando. Tardamos siete horas en hacerlo todo, y casi sin discutir.
Discutimos un poco cuando el vecino que siempre está en la calle nos dijo que no discutiéramos, que había que quererse en las buenas y en las malas, y que en los momentos duros es cuando se ve lo que se quieren las parejas. Lo dijo el hombre con todo su sentimiento, pero ya nos podía haber ayudado un poco con el colchón, no había manera de que cupiera en la furgoneta. Justo en ese momento me escribí a mí misma una nota mental: contratar a alguien caro carísimo para cuando necesitemos hacer lo mismo en sentido contrario. A partir de ahora como mucho cargo con las maletas, que tengo la sensación de que me paso la vida moviendo bultos.
Pero vamos, que yo practiqué lo del karma y eso. Cuando estábamos alquilando la furgoneta me dio un ataque de agobio y me fui al supermercado a comprar agua y donuts, por si con el esfuerzo nos daba un siroco que por lo menos nos pillara comidos. Justo cuando eché a andar con el coche se me acercó una señora muy inmensa con cara de susto y me preguntó que dónde estaba el metro. Yo le dije que lejos, andando lejos, y la señora me respondió que madre mía, que a ver qué hacía ella ahora con su dolor de rodilla. La miré y pensé que la señora muy inmensa lo iba a pasar fatal, me miró y me dijo: ¿tú me podrías llevar al metro?
La llevé, la llevé, que yo soy mucho de llevar. Y pensé que total, de perdidos al río, que estas cosas de hacer el bien no suelen volverse en contra. No me equivoqué.

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