Silencio sofocante. Nadie habla ni muestra emociones.
Los ojos fijos en el botón. Bruscamente, cruza la sala.
Pulsa el botón. Espera. Uno. Dos. Tres.
Estampida. Súbito clamor. ¡Maravilloso caos! Sonríe.
Tres voces chillan al unísono: «¡Mamá! ¡Se ha ido el internet!».