Revista Talentos

Soliloquio de media noche

Publicado el 29 julio 2013 por Gogol

Dormía, en mi pequeño cuarto de roedor civilizado,
cuando alguien sopló en mi oído estas palabras:
“Duermes, vencido por fantasmas que tú mismo engendras,
y en tanto tú deliras, otros besan o matan,
conocen otros labios, penetran otros cuerpos
y de sus manos nace cada día un mundo inagotable,
la piedra vive y se incorpora,
y todo, el polvo mismo, encarna en una forma que respira.”

abrí los ojos y quise asir al impalpable visitante,
cogerlo por el cuello y arrancarle su secreto de humo,
mas sólo vi una sombra perderse en el silencio, aire en el aire.
Quedé solo de nuevo, en la desierta noche del insomne.
En mi frente golpeaba una fiebre fría,
hundido mar viviente bajo mares de yelo.
Subieron por mis venas los años caídos,
fechas de sangre que alguna vez brillaron como labios,
labios en cuyos pliegues, golfos de sombra luminosa,
creí que al fin la tierra me daba su secreto,
pechos de viento para los desesperados,
elocuentes vejigas ya sin nada:
Dios, Cielo, Amistad, Revolución o Patria.

Y entre todos se alzó, para hundirse de nuevo,
como el náufrago en su postrer intento,
mi infancia, mi sepultada infancia,
inocencia salvaje domesticada con palabras, preceptos con
anteojos,
agua pura, espejo para el árbol y la nube,
que tantas virtuosas almas enturbiaron.

Dueño de la palabra, del agua y de la sal,
bajo mi fuerza todo nacía otra vez, com al Principio;
si mis yemas rozaban su sopor infinito
las cosas cambiaban su figura por otra,
acaso más secreta y suya, de pronto revelada,
y para dar respuesta a mis atónitas preguntas
el fuego se hacía humo,
el árbol temblor de hojas, el agua transparencia,
y las humildes yerbas y el musgo entre las piedras y las piedras
se hacían lenguas.
Sobre su verde tallo una flor roja me hablaba
y sólo yo entendía su cifrado lenguaje;
una palabra mágica me habría cada noche las puertas de los
cielos
y el mismo sol de oro macizo palidecía ante mi espada de
madera.

Cielo poblado siempre de barcos u nafragios,
fantasmas desgarrados por el viento,
yo navegué en tus témpanos de bruma
y naufragué en tus arrecifes indecisos;
entre tu silenciosa vegetación de espuma me perdía
para tocar tus pájaros de cristal y reflejos
y soñar en tus playas de silencio y vacío.

Infancia, fruto comido por los años,
barca de papel abandonada en el légamo una tarde de lluvia,
¿recuerdas aquel árbol, isla de verdor y silencio,
erguido como una presentida dicha sin término,
al mediodía dorado,
oscuro ya de pájaros en la tarde de sopor y de tedio?
¿Recuerdas aquella bugambilia que encendía sus llamas suntuo-
sas y católicas sobre la barda gris,
la recuerdas aquella tarde del pasmo,
cuando la viste como si nunca la hubieras visto antes,
morada escala para llegar al cielo?
¿Recuerdas la fuente, el verdín de la piedra,
el charco de los pájaros,
las violetas de apretados corpiños, siempre tras las cortinas de
sus hojas,
los lirios que en fila comulgaban por la tarde,
el alcartaz de nieve y su grito amarillo, trompeta de las flores,
la higuera de anchas hojas digitales, diosa hindú,
y la sed que enciende su miel?
¡Reino en el polvo, sepulcro tapiado,
cielo vendido por unas baratijas de prudencia!

Nada de aquel fervor,
fuego que nada consumió ni su propia ceniza,
nada de aquellas lágrimas, nada de aquel júbilo,
nada de aquel afán de ser luz en el aire
y vagar otra vez, perdido en el espacio.

Amé la gloria de boca lívida y ojos de diamante,
amé el amor, amé sus labios y su calavera,
soñé en un mundo en donde la palabra engendraría
y el mismo sueño habría sido abolido
porque querer y obrar serían como la flor y el fruto.
Mas la gloria es apenas una cifra, equivocada con frecuencia,
el amor desemboca en el odio y el hastío,
¿y quién sueña ya en la comunión de los vivos cuando todos
comulgan en la muerte?

A solas otra vez, toqué mi corazón,
allí donde los viejos nos dijeron que nacían el valor y la
esperanza,
mas él, desierto y ávido, sólo latía,
sílaba indescifrable,
despojo de no sé qué palabra sepultada.

“A esta hora”, me dije, “algunos aman y conocen la muerte en
otros labios,
otros sueñan delirios que son muerte,
y otros, más sencillamente, mueren también allá en los frentes,
por defender una palabra,
llave de sangre para cerrar o abrir las puertas del Mañana.”
Sangre para bautizar la nueva era que el engreído profeta
vaticina,
sangre para el lavamanos del negociante,
sangre para el vaso de los oradores y los caudillos,
oh corazón, noria de sangre, para regar ¿qué yermos?,
para saciar ¿qué labios secos, infinitos?
¿Acaso son los labios de un dios,
de Dios que tiene sed, sed de nosotros,
sima que nada llena, Nada que sólo tiene sed?

Intenté salir a la noche
y al alba comulgar con los que sufren,
mas como el rayo al caminante solitario
sobrecogió a mi espíritu una lívida certidumbre:
había muerto el sol y una eterna noche amanecía,
más negra y más oscura que la otra,
y el mundo, los árboles, los hombres, todo, yo mismo,
sólo éramos los fantasmas de mi sueño,
un sueño eterno, ya sin día ni despertar posible,
un sueño al que ya no mojaría la callada espuma del alba,
un sueño para el que nunca sonarían las trompetas del Juicio
Final.
Porque nada, ni siquiera la muerte, acabará con este sueño.

Octavio Paz

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