Revista Literatura

Sueños perdidos (tercera parte)

Publicado el 17 octubre 2009 por Crowley
SUEÑOS PERDIDOS (TERCERA PARTE)
Tercera parte.
A unos 853 kilómetros de Ciudad de Sidonia. 16 años antes de La Plaga.
Cuando era niño, tan diminuto y frágil como pueda serlo la primera raíz de una diminuta flor, una de las cosas que más me gustaban era el momento justo después del baño especial de los sábados por la tarde; el gratificante instante en el que el tórrido aire del secador de pelo azotaba mi cara rompiendo la frescura anteriormente conseguida. Siempre recordaré aquel artefacto de plástico rojo y blanco relleno de cables, resistencias y ventiladores, que me aislaba de todo cuanto me rodeaba, y me transportaba a un lugar seguro.
Mi traicionera madre siempre ejercía, en un minúsculo trastero tan marginado del resto de la casa como lo estaba yo, ese ritual del mismo modo, meticulosamente calculado, enfermizamente idéntico en cada ocasión, agitando arriba y abajo ese abanico eléctrico, acercándolo y alejándolo de mí y consiguiendo, sin proponérselo, que con el contraste de temperatura mi piel se estremeciese en un delicioso escalofrío que recorría toda mi espalda, erizando todos y cada uno de los cortos y escasos vellos que conformaban la suave pelusilla, como de piel de melocotón, que recubría mi blanca piel.
Algunas veces, odiadas hasta más no poder, era mi progenitora la que, para apremiar, arrancaba la humedad de mi cabellera de una forma tan brusca como poco agradecida y deseé mil veces por cada ocasión que, mi secador, se rebelase contra ella y le mordiera con su boca electrificada. Pero nunca ocurrió, así que mientras ella procedía y reiteraba su rudeza, yo hacía descender lenta y pausadamente mis párpados, sumiendo a mis miopes ojos en una voluntaria y necesaria oscuridad para, entretanto, entonar mentalmente melodías de programas infantiles de la época, consiguiendo así no escucharla y no dejar que penetraran en mi cabeza las sucias y distorsionadas voces que salían de su sucia boca, palabras con las que pretendía comprar mi cariño, alienar mi débil percepción y enseñarme cuán ruin era mi padre. Pero las melodías resonaban en mi cráneo amplificadas, troncando así las malsanas letanías de aquella victimista mujer cuya máxima aspiración en la vida, reconocido por ella misma en reiteradas ocasiones, hubiese sido padecer lo indecible para haberse transformado en una más de sus veneradas y beatas Santas.
En esos días en los que mi madre violaba la tranquilidad de mi liturgia post- baño, en los que se entrometía en mi paraíso particular, imaginaba con todo lujo de detalles que ese caluroso aire que me azotaba insistentemente no era sino el mismísimo aliento del diablo, que situando su ceniciento rostro a escasos milímetros del mío, esperaba a que abriese los ojos para asustarme, asirme por las antenas y llevarme consigo a su reino, lugar al que me debería ver desterrado por mis pecados de niño no deseado, por haber irrumpido en un hogar que podía prescindir totalmente de mí... Pero, a pesar de estar tentado a hacerlo, nunca abrí los ojos, fui un cobarde y preferí quedarme en el Infierno en el que ya me hallaba...
Ciudad de Sidonia. Azotea del edificio Kubic. Hoy.
... Es curioso cómo, algunas veces, sin causa aparente, nos acordamos de circunstancias inimaginables. Yo ahora, sin ir más lejos y a modo de ejemplo, ignoro el motivo por el que me viene a la mente una imagen que creía inexistente en mi vida, perdida para siempre en el álbum de fotos del olvido. Rememoro, muy a mi pesar y no sin cierto dolor y amargura, el momento en el que mi figura paterna (figura autócrata que sólo supo darle amor a su otro hijo) despedazó un dibujo que le regalé, a modo de tarjeta de bienvenida para nuestro encuentro tras un año sin vernos por necesidades de la mina en la que le explotaban; rompiendo días de garabatos descartados e ilusiones de colorines en cientos de fragmentos que volaron a cámara lenta sobre mi niñez robada, como en un multicolor remolino que absorbía mi existencia con cada giro... y mientras esos cuerpecitos de celulosa con trajes de pintura de cera desfilaban en una ceremoniosa marcha fúnebre, algo dentro de mí se quebró y dejó de funcionar para siempre.
Tal vez recuerde ese baladí fragmento de vida porque en realidad mi existencia no ha sido más que eso desde entonces, una multitud de piezas resquebrajadas volando alrededor de un mundo que no he llegado a comprender ni éste a comprenderme a mi.
Aquella fecha de reencuentros que tantas veces había soñado en mi mente de forma más satisfactoria me sentí tan solo en el Cosmos de la tristeza, que se me heló la vida.
Me creí tan desamparado que dejé de existir.
Y así sigo, sólo y desdibujado, como un borrón mal esbozado, como el que sale con el cuerpo sin cabeza en una foto de grupo.
Continuará...

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revistas