Revista Literatura

Te llegará una rosa cada día.

Publicado el 17 julio 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

Te llegará una rosa cada día.

Dedicado a Elba

Si no fuera por el pescador que se divisa sobre el poniente, la playa estaría desierta. Quisiera que ese pescador fueras vos, y yo ir caminando a tu encuentro a abrazarte, amor.

Es domingo. Le pedí a una sobrina que me trajera, y lo hizo refunfuñando. Ya sé, es invierno, y vos no querés que yo tome frío. Nadie quiere que me muera, todos me cuidan, pero hay días que se me hacen muy pesados. Esos días necesito volver a vos.

Te extraño, y volver a Punta Desnudez me hace sentirte más cerca. Aunque a estas alturas, no sé cómo sería tenerte más cerca aún; si vivís en mí.

Pasaron tal vez una veintena de años de la última vez que estuvimos en la villa juntos. No te creas que ha cambiado tanto, tal vez algunas construcciones. El mirador al que subíamos juntos los domingos al atardecer sigue bello como siempre.

¿Recordás esos años en que nos exiliamos como dos locos adolescentes, huyendo de la gente, los bancos, los mercados y el trajín? Ya éramos oficialmente jubilados. Jubilados del capitalismo, invirtiendo todo en vivir.

La casa que habitamos en ese entonces ahora tiene nuevos habitantes. Creo por la hamaca y otros juegos que ellos sí tienen niños.

Desde el frente se pueden ver los frutales que plantaste, y aún está tu rosal al frente de la casa.

Cómo olvidar que cada tanto seleccionabas el mejor pimpollo para mí, para que cuando yo estuviese distraída, dejarlo sobre la mesada de la cocina; y yo, chiquilina como siempre, lo agarraba e iba corriendo a abrazarte y besarte. Mil besos, mil risas, mil susurros de amor para vos. Verte reír aunque callaras, fue siempre mi mejor regalo.

Obligarte a bailar conmigo, hacerte cosquillas, hacerte el amor, correr carreras en bicicleta, caminar como locos por la playa y trepar los médanos, viajar, amar. Kilómetros de carreteras, postales, fotos, recuerdos, estampillas; botellas con arena, piedritas, caracoles.

Sentirme segura, cuidada, bella, ingenua, confiada. Sentirme enamorada más de dieciocho mil días, aunque muchos otros haya querido dejarte. Días en que golpeé puertas, tiré tazas y grité con desesperanza mientras veía un bloque de hielo frente a mí.

Me descolocabas con tu frialdad preocupacional post trabajo, con tus desvaríos económicos, con tus consignas disparatadas acerca de los otros, tu intolerancia con el vecino, tus teorías de conspiraciones mundiales para terminar con Sudamérica. Hablabas de cosas que a veces no entendía ni quería entender. Volvé a mi regazo, y sentí cómo el ceño de tu frente se alisa con mi mano que la acaricia. Volvé a este cobijo donde la tarde de invierno se vuelve cálida, como un buñuelo de manzana recién hecho, como la siesta al lado de la salamandra.

Traje las sesenta cartas que me mandaste esos meses que no estuvimos juntos. Hasta que nos separamos por ese viaje circunstancial, nunca te había sentido tan cerca, tan mío, tan cómplice, tan amigo, tan mi hogar, mi casa, mi cama.

Escribías todos los días y esperabas al viernes para mandar todas las cartas de la semana juntas. De pronto amé el océano que nos separaba, porque empezaste a decirme cosas que nunca me habías confiado.

Me volví a enamorar como loca, si es que eso era posible.

¿Cuántas veces puede uno volver a enamorarse de la misma persona?

Medio siglo siendo solamente vos y yo. Vaya, qué rápido se terminó todo. Quisiera pedir un crédito, una extensión, un adelanto de otra vida, para abrazarte.

Está atardeciendo y me reclaman. Vuelvo a casa, a hablar con vos, sin mar, sin arena, sin estrellas. Robé una rosa, no pude evitarlo.

Patricia Lohin

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