Revista Literatura

Tener y perder

Publicado el 27 abril 2012 por Malena
Que nadie piense mal; Román adoraba a su amigo. Como no quererlo si habían compartido las horas del colegio, las primeras salidas, el primer cigarrillo fumado a escondidas en el baño de su casa. Nadie lo conocía tanto. Inclusive estaban juntos el día que Sergio conoció a Marga.
Marga era de esas rubias de las que no se pueden sacar los ojos de encima. No era necesariamente linda, pero la voz, la forma distante en que se dirigía a todos y un cuerpo imponente la ponían en un pedestal al que la mayoría no se animaba a acceder.
Durante un tiempo mantuvieron con Sergio una relación extraña, donde Román oficiaba de vocero. Le llevaba a Marga los mensajes del amigo y era el receptor de las sonrisas que éstos generaban en ella. Inclusive fue él el que le preguntó si quería encontrarse con Sergio a la salida del colegio, en el barcito del Tano. Recibió una estocada en el pecho cuando ella le dijo que sí.
Empezó a compartir sus salidas, viendo como se tomaban de la mano y besaban sin reparos.
Con los años, Román fue el testigo del casamiento y padrino del primer hijo de la pareja. Él también se casó y llevó una vida normal.
Una tarde, mientras trabajaba en su oficina, Marga entró sin anunciarse con rastros visibles en la cara de haber llorado.
- No puedo más. Sergio me engaña. Lo descubrí ayer, revisando su celular.
- Es imposible, él te adora.
- No - dijo ella y se arrojó llorando en sus brazos - él nunca supo amarme como vos.
Román la besó, le secó las lágrimas, la acarició y terminaron haciendo el amor sobre el escritorio de su oficina como dos desesperados.
Esa misma tarde, al quedarse solo, planificó como decirle a su mujer que tenían que separarse y buscar una linda casa para mudarse con Marga.
La llamó varias veces pero ella no contestó el celular.
Recibió, en cambio, un mensaje de Sergio que decía:
Tremendo despelote con Marga. La llevo unos días a París a ver si se le pasa. Cuando vuelva te cuento.
Llegó a su casa. Su mujer lo esperaba con la cena. La miró y supo que nunca más podría ser feliz.

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