Revista Diario

Trabajar

Publicado el 21 abril 2011 por Menagerieintime
La semana pasada me ofrecieron un buen trabajo. Mal remunerado en principio, pero buen trabajo.
Me ofrecieron hacer los manuales de formación y las presentaciones para una serie de Masters que una importante Universidad Española va a impartir durante los próximos años Así, a priori, se trata de escribir 37 temas, relacionados todos con la gestión económica de las empresas, con la gestión de los recursos humanos y con las habilidades directivas, entre otros. 37 temas, a razón de 80 páginas como mínimo cada tema. Unas 3000 páginas. Un trabajo interesante, la verdad. Se da el caso de que los manuales tienen que estar finalizados antes de la primera semana de septiembre. Decía lo de mal remunerado porque cuando pregunté por mis honorarios la respuesta fue: "900 euros por todo el proyecto". Yo simplemente miré a mi interlocutor, sonreí de forma socarrona y le dije: "Pero yo qué soy, ¿rumano o marroquí?".
No es que yo sea un cabrito. Es que en la cárcel era así.
Hubo un día, en la cárcel, en el que Popeye, la Brigadiera Anna y el Capo Posto me llamaron a la oficina de la planta baja para hablar conmigo. Tuvimos una reunión que duró unos 7 minutos. Todos ellos sentados, yo de pie, con las manos atrás, firme como una vela. En actitud de respeto hacia ellos. Como siempre.
En dicha charla me ofrecieron trabajar en la sección. Trabajar en la cárcel. Yo llevaba apenas dos meses en la cárcel y ya me estaban ofreciendo trabajo allí. Había personas que llevaban allí años y ni siquiera estaban entre los candidatos. Ni los habían estado nunca ni lo estarían jamás.
Los trabajos en la cárcel sirven para cubrir aspectos básicos como la limpieza, el reparto de comida, el cambio de sábanas y cosas así. Además, los laborantes, los trabajadores, están dando paseos por la sección por la tarde, mientras el resto de celdas está cerradas. Y dan paseos para ayudar al resto de presos a llevar o traer cosas de unas a otra celdas. Así, si necesitabas un huevo para la cena y no o tenías, llamabas a voces al laborante, él venía, y le decías que pasara por la celda de al lado y que pidiera un huevo para ti. Un trabajo infame, sucio y pesado por el que pagaban 100 euros mensuales que solo podías usar para comprar en la cárcel, lógicamente.
Yo, con mucha educación y respeto, con mis manos atrás, les dije a las tres autoridades: "Verán, yo no es que me crea más que nadie, no es que tenga dinerito fresco en la calle y mi familia se encargue de hacerme llegar. No es que con ese dinero esté viviendo medianamente bien aquí, en la cárcel. Tampoco es porque no me guste trabajar, no me entiendan mal, ¿eh?. Que yo soy muy trabajador y me dedico al 100% en las tareas que me encomiendan. Lo que ocurre es que no quiero trabajar aquí. Más que nada porque sé que llegará algún preso italiano toca pelotas que pensará que soy su esclavo y que tengo que estar pidiendo favores para él por todas las celdas mientras ellos están encerrados. Y yo eso lo aguantaré una o dos veces, pero a la tercera que me falte el respeto la liaré, y al día siguiente le esperaré en el patio por la mañana y tendré que degollarlo. Porque uno aquí tiene un reputación que mantener. Y tampoco es plan. Estoy aquí encerrado por error y al final me voy a ganar una pena de verdad" Así, con sonrisita en la cara. Con la misma sonrisita que puse la semana pasada a la de los Masters.
El Capo Posto, que era el jefe de la Brigadiera, o sea, el que cortaba el bacalao allí, dijo, con una sonrisa no menos socarrona que la mía: "Tranquilo, para ese tipo de trabajos tenemos a los rumanos y a los marroquíes. Tú no eres como ellos. A ti te íbamos a dar un trabajo de capataz, para que no te esforzaras mucho y ganaras más que ellos, pero tienes razón. No lo necesitas y no es plan de obligarte".
Cuando volví a la celda, no pudimos parar de reírnos de Sebastián. Él si era rumano.

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