Revista Diario

Último encuentro

Publicado el 01 abril 2012 por Chirri

Allí estaba, desde la esquina en que mehallaba parapetado lo vislumbraba a través de las persianas, la luz encendidame dejaba ver su silueta, el resto me lo imaginaba yo, calvo, enjuto con sussempiternas gafas de pasta, seguro que como siempre tendría alguna herida en lacabeza, siempre se estaba golpeando con algo, armarios, el cierre metálico,cualquier saliente con que pudiera tropezar, siempre lamentaba que no fuera amás, que de verdad se partiera alguna vez el occipital, no solo los cuernos,toda la testuz.
No me faltaba valor, sabía lo que iba ahacer, solo me estaba regodeando, tenía que acabar con tantos años sufriendointerminables pesadillas, necesitaba una paz espiritual que carecía de elladesde hacía casi veinte años, veinte años en los que había soportado múltiplesvejaciones el último día, hacía ya cinco años de eso, que había trabajado paraél.
Nunca logré quitarme las pesadillas de mitorturada mente, generalmente repetitivas, una y otra vez soñaba lo mismo,estaba de nuevo trabajando para él, sufriendo de nuevo sus insultos, sus malosmodos, sus desprecios, sus amenazas. Así una y otra noche, sin poderme liberarde esa opresión, de enérgicos y amargos despertares bañados en un sudor friocon la mente obnubilada, deseoso de encontrar la realidad, siquiera el aliviode conocerla y entender que ese plano de su existencia había pasado ya, noencontraba la más mínima alegría, no servía para nada, el corazón y la menteseguían lacerados.
Resuelto, avancé por la calle paraencontrarme con mi destino, o el de él, al parecer van juntos los dos de lamano, alcé un poco el cierre metálico y colé mi cuerpo por debajo, luego empujéla puerta de cristal que sabía que siempre dejaba abierta, el sonido de lapersiana le alertó haciéndole mirar hacia mí, sus ojos me dijeron la sorpresaque le acababa de producir mi presencia ante él, tras un segundo eterno dondeno se oyó nada, absolutamente nada, farfulló a media voz:
-  ¿Pero, qué haces aquí?
Solo encontró mi silencio, no estabadispuesto a dialogar con él, demasiadas palabras nos dijimos en su tiempo ydemasiados silencios insidiosos me regaló, ahora no pensaba decir nada, todoestaba dicho ya.
-  ¡Márchate! – Rugió – Aquí ya no eres bienvenido.
Esta vez acompañó sus palabras con la acción,se acercó a mí dispuesto a expulsarme del local, craso error, lo dejé que seacercara, como tantas veces pensaba que era la araña y yo la polilla, peroaquella vez se encontró con una avispa. En el último momento di un paso haciaél y nuestros cuerpos se juntaron, clavé mi aguijón en su vientre y el soltó ungemido de sorpresa, nunca lo hubiera imaginado, mejor; una vez ensartado,apenas tuve que hacer esfuerzo alguno para sujetarlo, su cuerpo escurrido pordécadas de mal comer y abusos con las drogas, era como una cáscara vacía, aúnasí con mi brazo izquierdo evité que se pudiera separar de mí y entonces losdos oímos el rasguido que producía mi mano libre al ir subiendo por su vientre,esta no iba sola, había conseguido mi más valiosa herramienta afilando por losdos lados un cuchillo militar de extraordinario temple, por lo que apenasencontraba oposición según subía la mano, un chorro de sangre me salpicó,cayendo entre mis manos, haciendo que su calor me causara un leve escalofrío deplacer. Con cada latido su vida se le escapaba y yo lo iba notando, busqué sucara y fijé mis ojos en los suyos, quería que en esta vida lo último que vierafueran mis ojos, que se llevara mi imagen al infierno donde seguramente leestaban aguardando con la plaza asegurada desde hace mucho tiempo.
Acerqué también mi boca a su oído y cuando laúltima palpitación me indicaba que se acercaba el final, le susurré:
-  Soy el ángel de la muerte
Último encuentro

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