Revista Talentos

Un paseo por la Feria

Publicado el 10 mayo 2017 por Perropuka
Un paseo por la FeriaAsí, sin pensarlo dos veces me encaminé a la Feria, la grandiosa feria que nos vuelve internacionales a los cochabambinos, dicen. Se avecinaba otro tedioso fin de semana en el horizonte y había que ocupar la mente de cualquier manera. Tan magno evento sobresale por dos motivos, inequívocamente: por llenar la mitad de las instalaciones con ofertas de coches nuevos y por reunir en pocos metros a las mayores bellezas locales. Importándome un comino los autos (gran parte chinos para mayor estulticia), me descolocó, no obstante, que uno podía reservar un modelo con sólo 100 pesitos, los mismos que apenas alcanzan para dos entradas de cine y algún refresco. Muy asombrado por tan puntero marketing valluno, rajé de allí a las risas, digo, a las carreras. 

Mi plan era ir a buscarla entre toda esa maraña de expositores y muchedumbre visitante. Preso de mis fantasmas, necesitaba verla o sacudírmela de la cabeza de una vez por todas. La imaginaba radiante y altiva. Reconocería su silueta generosa y sus rasgos filosos de pómulos duros, a lo Miriam Hernández. En alguno de esos stands me la encontraría, estimaba, mientras dirigía la mirada a todas las azafatas que podía, creyendo que la iba a hallar en uno de esos rostros artificiosos y maquillados. Viéndolas, era inevitable pensar en el triste papel de muchachas tan lindas, forzadas a sonreír a cada momento y soportar con estoicismo a todos los fanáticos  de esa nueva plaga que son los selfies. Por todo lado pululaban tales bastoncillos que daban ganas de pegarles en la cabeza a todos sus dueños. Visto así, la belleza despojada de todo su glamur se asemeja más a una maldición. Proseguía con mi cometido, me topaba con pasillos laberínticos que ponían a prueba la paciencia de cualquiera. Y sin embargo, la gente era feliz con la oferta de productos y servicios varios. Destacaban los planes vacacionales hacia el nuevo edén que están erigiendo en los alrededores de Santa Cruz, cargándose a la naturaleza de paso con esos gigantescos proyectos habitacionales en medio de bosques, arroyos y lagunas; si hasta olas artificiales anuncian que se han de imitar para todos los nostálgicos del mar. A diestra y siniestra repartían los folletos informativos y llovían las tentaciones con muestras minúsculas de todo comer y beber, con el consiguiente gancho de “pruebe sin compromiso”. Yo mismo sucumbí a la tentación de probar vasitos de todo tipo de vinos. Allí donde veía botellas y demás parafernalia vitivinícola me detenía. Del resto, pasaba olímpicamente.Tomé recaudos a la primera probada, casi todos ofrecían vino dulce (oportos y rosados) de entrada, y no estaba dispuesto a contaminar el paladar con empalagosos cebos. Al instante reaccioné, preguntando por los “ásperos” o “varietales”. Y hete ahí, que de algún rincón sacaban una botella guardada para dar a degustar a gente conocedora. Habré dado esa impresión al pronunciar las palabras mágicas: malbec o cabernet-sauvignon. Fui tratado, entonces, con presta amabilidad para encajarme una o dos botellas, presentadas incluso en coquetos envases. Me maravillé de lo mucho que había mejorado, empezando por la presentación, la irrisoria industria de los vinos de nuestro país. De todos los valles habían llegado artesanos y pequeñas casas bodegueras dispuestos a conquistar a los reacios cochabambinos, embebidos en su pálida chicha y, más pálida aun, cerveza picantona y desabrida. Entre charla y charla con esas simpáticas gentes venidas de Tarija, de Camargo y de otras tierras del sur de Bolivia se fueron consumiendo los minutos. Con el alma achispada y la cabeza calenturienta al enterarme de que había vinos especializados para “compadres” y “comadres” y, más sugerente todavía, algunos con propiedades “quitacalzones”, me despaché del lugar pensando en la siempre ocurrente picardía chupaca, perdón, chapaca.

Salí al frescor de las calles entre los pabellones porque mis orejas estaban que ardían. En mi pequeño bolso atesoraba tres cosas que harían feliz a un hombre sin mayores vicios: un vino, unas sandalias de cuero y un paquete de café puramente oloroso de los Yungas. Todo por unos módicos 200 pavos que alcanzaron hasta para la entrada. A la mina que buscaba, no la encontré ni por asomo. Volviendo a casa me di cuenta de que estaba curado de ella. 

Un paseo por la Feria

Tarjeta de presentación, por si alguien duda de mi resacoso testimonio. 



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