Revista Literatura

Un pez cualquiera

Publicado el 21 abril 2010 por Chaimon
Caminaba casi sin detener la mirada en nada.
Supongo que la música logra en mi ese universo ilimitado que me origina que las cosas tengan otro color, otra vida y que nada tiene que ver con lo que me rodea en ese instante. Y a la vez, estaba escuchando una de esas canciones que erizan la piel, que detienen el mundo. Una de esas canciones en la que no paro de preguntarme como es posible que una progresión de notas me emocione tanto, me arranque nudos de la garganta como si fuera un pez que va paseando calmo por la inmensidad del mar, que observa a lo lejos algo rico para comer y al intentar hacerlo suyo, un gancho lo atraviesa y le convierte ese día en infierno. Sin quererlo, sin haberlo deseado, sin siquiera haberlo imaginado.
Yo caminaba dedicándole mis ojos al piso, hasta que de pronto llega el estribillo de la canción y por esas cosas del destino levanté la mirada.
Mis ojos chocaron con la vidriera de una verdulería de esas modernas que hay ahora en algunos barrios. Con canastas muy coloridas y bonitas conteniendo frutas y verduras. Con sus paredes interiores pintadas casi art decó. Carteles en madera muy tallada y barnizada.
Mis ojos se clavaron en un chico que estaba parado y al parecer oficiaba de verdulero. Noté que miraba hacia la calle, clavando su mirar en un horizonte muy lejano, inalcanzable.
Tenía su brazo lánguido izquierdo muy pegado al cuerpo que colgaba del hombro sin ganas. Su mano izquierda contenía un pequeño paquete de albahaca del cual caía un poco de tierra. Pero él parecía congelado como su mirada, parecía estar emulando un maniquí.
Su cuerpo tieso, su brazo derecho parecía haber terminado hacía apenas segundos, de balancearse casi tontamente.
Pero su mirada, su mirada era lo que más me impresionaba o inquietaba.
Hacia adelante.
Hacia la nada.
Hacia el frente pero sin hacer frente.
Una mirada que vaticinaba un momento de devastación.
La mirada de alguien que sabe lo que está por venir o suceder, pero resignado en lugar de sorprendido.
Una mirada azorada.
A esa altura la canción era la banda de sonido de un momento tremendo.
Giro mi cabeza al punto más antípoda de su mirada y veo una chica que estaba por cruzar hacia sus ojos.
Atravesó la avenida, llegó hasta donde estaba él, se paró del otro lado de esa vidriera no tan mágica, pero ni siquiera lo notó porque prefirió ver si podía resolver su almuerzo con todo lo que había detrás y alrededor de él.
Nada le gustó de lo que allí había, dio media vuelta y se fue.
Él quedó casi en la misma posición, pero bajó su cabeza y su nuez de adán apareció y desapareció repentinamente.
Qué alguien me devuelva al mar.

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