Revista Talentos

Un tipo corrientemente especial como yo

Publicado el 26 enero 2016 por Aidadelpozo

El cielo de Madrid ha despertado de mal humor como yo. Llevo semanas así, como el cielo, gris oscuro, casi negro. A mi lado, Elisa mal duerme. Está inquieta los mismos días en que yo estoy así. No me gusta ver cómo no descansa y solo dormita. Da mil vueltas, se agita en la cama, la deshace, deja las sábanas arrugadas a sus pies y se acurruca a causa del frío pero ni se molesta en taparse. Tanto se mueve que sé que aunque la volviese a tapar, ella perdería el cobijo de la ropa de cama al segundo, así que ni lo intento.

Me preocupa.Toma pastillas por la noche y por eso no se despierta pero su sueño no es reparador. Lo sé porque cuando toca el despertador y se levanta, tiene ojeras marcadas y negruzcas. Aún así, me parece la mujer más bella del mundo.

No porque sea hermosa la amo, no, sino por muchas otras cosas, algunas pequeñas, otras inmensas, otras difíciles de explicar o entender. La amo por ser ella, nada más. Y nada menos. La amo porque sé que vivo en ella y ella lo hace en mí. Hermosamente cobijada en mis pensamientos diarios y yo en los suyos.

A veces me pregunto qué ha visto en un tipo tan corriente como yo una mujer como ella, tan hermosa, casi etérea. Recuerdo que en una ocasión se lo pregunté y me respondió que estaba equivocado, que no era corriente sino especial y que me amaba precisamente por ser yo. Desde aquel día me digo que soy un hombre corrientemente especial y sonrío cuando pienso en la paradoja de esta definición. Y es que Elisa gusta de las cosas corrientemente especiales como observar un pájaro en una rama, escuchar la brisa primaveral cantar entre los árboles, oler una flor bañada por el rocío de la mañana, comer una rosquilla de limón con un colacao bien caliente y degustarla como si del mejor manjar se tratara, leer poesía en voz alta, silbar melodías inventadas, bailar desnuda delante de mí, provocarme con un guiño, invitarme a perderme entre los pliegues de su piel, comer pasteles en la cama y contarme lunares bajo mi mirada atenta y febril por el deseo.

Elisa sí es especial. No tengo idea de por qué yo lo vi y no lo hicieron los hombres que conoció antes que a mí. Todos se fueron, como si me estuvieran dando paso para entrar en su vida y supieran que ninguno de ellos la amaría como yo lo hago. Llegué y me quedé, colgado de sus caderas y de sus ojos color miel, como si estuviera escrito por el destino que así fuera. Fuimos letras de una profecía y como hermosa caligrafía nos versamos desde que somos el uno del otro.

Estoy cansado, muy cansado. Y triste, muy triste por verla así. Desearía pedirle perdón por no haberla querido más, amado más, muchas más veces, muchas más horas, días enteros, siglos, la eternidad.

Creo que Madrid está así por nosotros. Lo presiento.

Hoy, encapotado su cielo, negras sus calles, llenas de paraguas y con olor a lluvia, Elisa no ha tenido que levantarse para ir a trabajar pues es sábado. Tampoco ha llamado su hermana por teléfono. Lleva un par de días sin hacerlo. Elisa le ha pedido que no lo haga tan a menudo, que está bien, que es fuerte y se repondrá.

Madrid despierta pese a la lluvia y yo veo cómo Elisa también lo hace, con las mismas ojeras de siempre, desde que yo estoy gris y ella parece hacerme compañía en esta oscura tristeza que ha llenado de noche la luz que antes inundaba nuestra casa.

Se ha levantado y ha ido al baño. Yo la sigo, arrastrando los pies. Se mira en el espejo y llora. Intento que se calme pero sé que no lo conseguiré pues ya no estoy. Así que solo miro y espero que lo haga dentro de un rato, como siempre vienen sucediendo desde que los dos nos hemos convertido en sombras.

Se mete en la ducha y observo cómo el agua caliente escurre por su cuerpo desnudo. Quiero tocarla, besarla, gritar que la amo pero no puedo, ya no puedo, lo sé, lo sé... Cuando sale se enrolla una toalla en el cuerpo y con otra se seca el cabello, desempaña el cristal con una mano, se peina y se mira de nuevo en el espejo. Ya no llora, solo se observa. Luego se viste, va a la cocina y prepara dos tazas de café. Yo no bebo pero me encantaría hacerlo, tomarme un café con ella como hacíamos antes. O un colacao. A Elisa le encanta el colacao. Añade nata montada, espolvorea una pizca de cacao y una pequeña nube a la taza. Lo tomamos cuando vemos una película. Hace semanas que no se sienta en el sofá. Hace semanas que no vemos películas y que no tomamos colacao. Me siento gris y muy triste pero no por mí sino por ella. Quiero que regrese, que sea de nuevo Elisa, que vuelva a sonreír y vea películas en el sofá con un colacao y alguien a su lado para comentarlas. Sé que lo hará pues en su camino se cruzará, sin avisar, un hombre corrientemente especial como yo.

Llegará ese día, Elisa, en que vuelvas a ser tú. No lo dudes, amor. Mientras tanto estaré a tu lado. Prometo dejar de estar gris e impediré que sigas tomando pastillas, lograré que concilies el sueño, que salgas a tomar cafés con tus amigos, que recuperes su sonrisa azul, que vivas, que vueles.

Qué no daría, mi vida, por no estar ahora a tu lado sin poder ni siquiera tocarte. No me gustan los días en que la calzada está mojada y resbaladiza, esos días en que tienes demasiada prisa por llegar a tu destino, en que aprietas el acelerador sin tener en cuenta que alguien te espera en casa, a ti, a un tipo corrientemente especial.

Te juro, mi amor, que regresarás aunque para eso tenga que no cruzar ningún túnel, ningún puente o ninguna orilla, aunque tenga que navegar errante por estas cuatro paredes para siempre. Te juro que volveré a ver brillar tus ojos color miel mientras contemplan extasiados el cielo de Madrid sin una sola nube.

UN TIPO CORRIENTEMENTE ESPECIAL COMO YO

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