“Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido” (Robert Kincaid en “Los puentes de Madison”).
Algo así piensa aquel que sueña mucho, y a lo grande. Sin apenas darse cuenta de todo lo conseguido a ciertas alturas de la vida, cree que muchos de sus proyectos, de sus anhelos, quedaron moribundos a causa de ciertas malas circunstancias, o por culpa de ciertos abyectos seres. A mis 52 recién cumplidos, me suele pasar. Pero también gracias a ellos, soy capaz de ver lo que sí tengo y que es tanto por agradecer… sin dejar de desear e imaginar aquello que creí que alcanzaría, igualmente, a esta edad.
Y es que sí, hay planes nonatos por culpas ajenas, y proyectos faltos de crecimiento a causa de mi pobre desempeño, que solo un total fracasado responsabiliza de cuanto le sucede al prójimo, en lugar de a sí mismo. Nos engañamos porque lo necesitamos. Nos consolamos porque nos hace bien. Nos protegemos porque la vida duele. Nos separamos, a veces, porque gustamos distintos gustos. O porque a solas se sueña mejor. Evitamos al que nos lastima, que no siempre es consciente. Despedimos al que nos hiere, cuando lo hace a propósito. Cuestionamos y nos cuestionan. Juzgamos y nos juzgan. Algunos -los más ilusos- elegimos dejar de hacer según la mayoría… y nos enfundamos la armadura para ello.
En apenas un parpadeo llegamos a la mitad del sainete -seamos optimistas- aún con ilusiones que vivir, proyectos que retomar, e historias que interpretar. La zanahoria que no falte. Algunos, con libros por escribir, de esos ¡ay! que ni los tuyos comprarían. De esos que, tal vez, solo a ti te hacen feliz. De los que, quizá, nunca lleguen al más modesto estante, y por los que nadie quiera apostar, pero que son mágicos porque te vuelven mejor persona, y merecen existir. Porque pobre del que no tenga metas, deseos o aspiraciones. Del que todo lo hizo al medio siglo. Pobre del conformista y del anclado. Lástima del fanático de único afán. Triste del incapaz que nutre su sonrisa con la burla del que se atreve. Piedad para quien no fantasea.
Porque los soñadores, así nos vaya y así nos traten, siempre seremos los más lúcidos a la hora de la vida; figuraremos aventuras maravillosas en nuestra imaginación, y al fin lo lograremos cada noche cualquiera que lo deseemos, quijotes alegres de un viejo soñar…
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