Revista Talentos

Vacíos (i)

Publicado el 14 marzo 2013 por Cefiro

No sentarse a escribir implica asumir un riesgo de lo que algunos americanos del Norte llaman “no possibility”. No nacer podría decirse también. Y es que sobrevuela todo esto la jodida idea de la pérdida. De lo absoluto y de lo irreparable. La idea de la muerte al fin y al cabo. O de la nada que es mucho peor. Me niego a ser cómplice del vacío y por eso he decidido escribir a diario. Porque se puede escribir todos los días. No faltan ideas ni motivos. Falta dedicación. A veces, después de hacer deporte, mientras vuelvo a casa caminando, vienen a mi mente algunos versos interesantes, material de trabajo bueno… que se escapa, poemas prácticamente enteros incluso, ideas que vienen a rellenar huecos antiguos… es como si el esfuerzo físico dejase puertas abiertas; cuando ocurre esto intento correr para llegar pronto a casa y escribirlas, apuntarlas para luego trabajarlas. Pero pocas veces mi memoria las retiene. A veces me ha pasado conduciendo y he parado en la cuneta con tal de capturarlas. Otras he utilizado la grabadora de voz del móvil o he llamado a un amigo para dictárselas. Tal vez sea de locos, sí. Llamar a alguien y decirle: Llueve. La mujer mira desde su ventana hacia los tejados. Sujeta con una mano la cortina y con la otra un cigarrillo. El gato anda sobre una de las cubiertas echando sus acolchadas patitas sobre las tejas, esquivando, saltando las concavidades con su grácil contoneo. La mujer lo mira a través del cristal. De pronto el gato se detiene y -percatándose de la presencia de la mujer en la ventana- echa la vista atrás. Se cruzan las miradas entonces. Y el momento es eterno. Sigue lloviendo. El gato es negro. Más negro ahora con la lluvia. El tejado también. La ventana es blanca. Y la cortina. Y la mujer que está desnuda también. Sigue lloviendo. La longitud del cigarrillo sostenido es ya más ceniza que no cae, que tabaco. Y no cae porque la ceniza es leve, frágil, porque el fuego se llevó la carga y el alquitrán y las nitrosaminas. Se oye una voz que deja un nombre femenino flotando en el aire. Como el eco de un teléfono que enmudeció de pronto. O un adiós dicho a destiempo. Se oyen campanas. Y el nombre suena otra vez. Y una tercera mientras el agua cae por los surcos del tejado donde el gato, perplejo, hunde sus pupilas en la ventana. Después va a parar a un vierteaguas que la conduce hasta lo más bajo. Hasta el suelo. La mujer cree ver mundos en la cristalinidad del agua que cae. Y se imagina a ella misma diciendo: “Voy! Ya voy”. Entonces un relámpago la hace estremecerse y la ceniza se desprende. Cae. Se desintegra el cigarro como un saco de huesos. El gato se asusta y echa a correr. Y la tarde ha muerto ya, si había nacido alguna vez.
Me pueden mandar a la mierda, no?


VACÍOS (I)

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