Revista Talentos

Volar

Publicado el 10 mayo 2018 por Nuria Caparrós Mallart @letrasyvidas

Llevaba meses sintiendo que algo en su vida no iba bien. Los libros de autoayuda, las clases de Yoga o las conversaciones con amigas no acababan de brindarle el amor que ella misma sabía que tenía que inyectarse.

Últimamente tenía la sensación de habitar un cuerpo que no le pertenecía. Era como si en algún lugar de otra galaxia, alguien estuviera viviendo la vida que siempre hubo deseado.

Quería a su esposo, pero el amor ya no era suficiente. Más que tratarse de sentimientos y cosas invisibles a los ojos, lo que quería era ESPACIO. Ni siquiera tiempo, ESPACIO. Aquel rincón dentro o fuera de su alma donde, por un instante, pudiera sentirse en paz con ella y con su propio mundo. El que había imaginado desde pequeña, el que dibujaba en su mente una y otra vez.

Dormía mucho. Quería desaparecer más horas de lo habitual de este plano para continuar soñando, u olvidando… Daba lo mismo.

Al final del día siempre regresaba el mismo pensamiento: “Debo tratar de estar bien”. ¡Maldito esfuerzo! Anotaba todas las noches las cinco cosas por las que agradecer al final del día, creyendo, ingenuamente, que aquello la ayudaría a sentirse mejor y a conectar con la abundancia. Lo había leído en algún lugar, o quizá se lo había contado alguien… Pero, ¿por qué aquel simple ejercicio le costaba tanto esfuerzo? La desgastaba sobremanera. Se sentía mal al no poder escribir, o al escribir cada día las mismas cosas.

“Doy gracias por estar viva”.

Así debía empezar diariamente la lista. ¿Viva? Esa palabra ni siquiera resonaba en su interior al escribirla. Lloraba. Sentía que su corazón se agitaba, y luego el nudo en el estómago para, posteriormente, acabar con la garganta seca. Entonces lloraba. Con esa primera sentencia que debía anotar se iba repitiendo cada día el mismo ritual en su cuerpo… Como si fuera a morir por haber dejado tanto de vivir.

Cerró los ojos un instante y vio a una muchacha caminando con los ojos vendados por una tabla de madera colgada en el aire. Nada la sostenía, sin embargo, ella avanzaba con paso tranquilo pero firme. La tabla bailaba, parecía que en algún momento se fuera a inclinar provocándole una caída, pero ella no se inmutaba. Avanzaba ligera, con los brazos extendidos en cruz que movía arriba y abajo, con un suave aleteo. Esa imagen la regresó a algún momento de la infancia, donde nada la detenía. Creció feliz, en un ambiente amoroso y saludable, sin grandes comodidades, pero protegida, libre, esperanzada.

De entre las nubes, apareció la punta de un lápiz que la señalaba directamente. Entonces, ella se detuvo, lo respiró, sintió su presencia a pesar de no ver, y corrió para tocarlo. Lo consiguió.

Salió de ese estado meditativo algo sobresaltada. Aquella visión provocó una gran agitación en todo su cuerpo, en su alma. Sintió calor y luego frío… Asomó una pequeña sonrisa en sus labios y asintió. Por fin lo comprendió.

Quizá había estado queriendo controlar demasiado las cosas, quizá era tiempo de empezar a soltar para caminar más ligera y segura de sí misma, porque todo lo que necesitaba para sentirse viva, la habitaba completamente.

Debía regresar a aquel hogar de la infancia que la había cobijado y nutrido, a aquella niña que era capaz de enfrentar sus miedos porque se sabía protegida pasara lo que pasara. Debía recuperar aquel tiempo de cambios y retos donde la esperanza siempre caminaba junto a ella. No sabía qué, ni cómo ni cuándo… Pero CREÍA alcanzar lo que se propusiera independientemente de lo que sus ojos materiales vieran o no. Era una cuestión de tiempo, de entusiasmo, de FE.

Y en el ahora, porque no existía nada más, el dios Cronos la empujaba a reescribir su historia, a agarrar ese lápiz, a compartirse, a soñar bien despierta, a sentirse viva, agradecida. Por fin podría reiniciar esa lista con el lápiz mágico que flotaba en las nubes, que estuvo todo el tiempo ahí para ella, que pudo reconocer a ciegas porque se dejó guiar, porque no le importó si el suelo que pisaba temblaba… Movía sus brazos sabiendo que, aunque no era pájaro, eso no importaba, siempre podría volar, volar, volar… Siempre habría un sueño que alcanzar, o que escribir a mitad del camino o en medio de la nada.

Esta entrada del diario pertenece al #Desafío30blog de escritura#Semana2 #Día2  de Maitena Caimán.

© Nur C. Mallart


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