Volumen

Yo te digo todo y parece que no funciona. Que esconder, ocultar todo eructito de la cabeza es mejor que clavarte una estaca o ahorcarte con un cable. En realidad, quizás sea para hacerte un colchón de clavitos para que sientas la espalda que nunca vas ver. El ruido de tu figura recortándose en la pared, tus ojos disparando palitos de brochette, el viento que hacés con los zapatos no dejan lugar a tanto amontonamiento de plasma que nos une. El líquido texturado en infinitos cuadrados o círculos. Hasta que no se distingue qué es adentro, qué es afuera de un, dicen, yo. Que la ortografía no se meta, no importe, no se vea tan inherente. O tan adherente. Que se pueda rascar con la uña en vez de una moneda, que deje la punta del dedo de un plateado negruzco conformado por miles de globitos encapsulados; que se diluyan pasados por agua. Mové tu cuerpo que hasta de tan cerca no lo veas y mandes todas las funciones a pensar más que en el límite tuyo, qué toca qué. Que me abraces. Eso decía.