Sábado por la mañana…
Mi madre abusó de mí. He tardado mucho tiempo en reconocerlo. Volvería para enseñarle que más que no tenerla, la tuve a medias y quiero tenerla. Volvería a nacer para enseñarle cómo darme a luz, volvería para gritarle cómo debe parirme. Para sujetarle las piernas desde los tobillos y rasgarle el útero. Saberme una desdicha entre sus muslos.
Enseñar a mi madre a amamantarme de nuevo, volvería para decírselo, para chillarlo, volvería a nacer para no callarme. Otra vez para curarla. Otra vez para que fuera ella y no conseguir odiarla. Su nota de despedida es el papel mojado de la placenta, pegajosa cada noche en su apego, en juntarse incorregibles y trasladar mi cuerpo hasta el campo, rajar su vientre y sangrarme. Caer desnuda sobre frío el suelo, volvería a nacer para decirle que llore, que me apriete en sus brazos hasta que me ahogue. Lo más parecido a una madre que tengo, es aguantar la respiración y dolerme, hincar mis pulmones punzantes, doblar mi espalda hacia delante, apretar mis sienes contra las manos y sus palmas, sudar, gritar, golpearme el pecho con los puños cierro náuseas de odiarme y volver a nacer, forzar mi parto, uno nuevo cada vez. Volvería para que no se marchara aunque tuviera que morirme.