Revista Diario

Vuela

Publicado el 24 noviembre 2014 por Kaktus

Vuelvo a Kore. Llego a mi sitio anterior, cargo en el coche a dos elementos de la Santa Infancia, y nos vamos a ver a la señora F.

La encontramos, obviamente, en la cama. A pesar de que mira ya sin ver, con los ojos y el alma ya más Allá que aquí, me reconoce. Me arrodillo, la beso en la frente, le acaricio la cara como si fuera esa niña pequeña que creo que nunca fue. Levanta la mano, cuatro dedos extendidos. Sus cuatro hijos, me recuerda. Intenta hablar. No puede. Le digo que esté tranquila, que la he entendido.

Es casi de noche, y hace ya cinco años desde que también, casi de noche, llegué a su casa porque sus hijos me pidieron que fuera a verla. Mientras intento sacar conversación de donde no la hay, me asaltan todos los momentos vividos desde entonces: los hospitales, los ingresos, aquella vez que había tanto barro que la tuve que cargar en brazos hasta el coche (no fue difícil. Pesaba ya muy poco)… y también la sonrisa de su peque, A., que entonces tenía dos años y ahora me mira asombrado, desde sus siete años.

Y sé que se ha acabado. Y sé que ella también lo sabe. Que el tiempo regalado se ha agotado. Que ella está muy cansada. Y no le pido que aguante. No le pido que lo haga por sus hijos. No le pido que mire hacia adelante. Porque ya no hay más adelante al que mirar. Le pido que descanse. De verdad. Le pido que vuele, que salga de su miseria, que corra a buscar lo que sea que la esté esperando. Por fuerza, tiene que ser mejor que lo que ha vivido hasta ahora, hijos aparte.

La Nena pide entrar en la chabola, y la cojo en brazos. La señora F., desde la cama, sonríe al verla. La Nena trepa y, a pesar de que la señora F., objetivamente, da miedo, le sonríe también y le da un beso. Le digo que está enferma. La Nena le acaricia también la cara, que se ve que es lo que hacemos en esta casa cuando alguien está enfermo. La señora F. duerme.

Tardará quince días más en dormirse del todo. En ese sol despiadado en el que vivo ahora, miro al cielo cuando suena el teléfono. Aquí hay muchos, muchos pájaros. Espero que la señora F. esté volando como ellos. Y que, vista desde arriba, su vida tenga algún sentido.


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