yo construía palacios

Como se lo he dicho a Ceci, como se lo he contado a un par de amigos más: solía construir palacios en la cocina de mi casa, en horas de la siesta, cuando todas las almas horizontalizadas dormían. Esa franja horaria donde todo parecía pertenecer a uno, y a nadie más. 
Hoy el ejercicio de la poesía me ha jugado algunas bromas, me ha llevado de repente a esos inusitados lugares por los que solía andar, con mi baja estatura, con mi vos finita, con mi corte que -en temporadas- refería a Carlitos Balá. Es verdad, me a asaltado en estos días una nostalgia de presidiario, recordando esos lugares y olores que ya no veré, que ya no percibiré, al menos en sus versiones originales. 
Si fuera a desandar a algunos de esos episodios de otrora se haría largo el recorrido e incalculable el regreso. Lo he pensado. Podría detenerme eternamente en cada uno de ellos, mirarlos y mirarme de una manera tal que grabaría en mis ojos cada uno de los tramos de esa película, de ese cortometraje, más bien dicho, y por decirlo de alguna manera. La película aun se está rodando.
Qué nos queda que seguir viviendo con esos vestigios bajo el brazo como si fuera una vieja cajita musical, como si de élla dependiera nuestra naturaleza anterior, la que no deberíamos perder. Y digo anterior por decir algo, por decir que somos la construcción de nuestros propios pasos, que aquello, eso de antes, sólo quedó atrás por una cuestión estricta de tiempo, de esa línea que vamos trazando en una sola dirección. Vestir nuestras vidas con algo más que ropas de moda, vestirla para abrigarnos de los inviernos que nos azotan la memoria y la semblanza. Recorrer lo que nos queda del camino montados en simples relojes de papel, donde todavía nos animemos a dejar garabatos, donde todavía nos animemos a ser ridículos personajes de ficción y nos riamos hasta el dolor por ello. Cuento con que me serviré de cada uno de mis días pasados para imaginar lo mejor que traerán mis ojos al andar.
DP