Revista Literatura

Yo sé quién soy

Publicado el 24 junio 2019 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Versos y prosas de artistas invitados (8)

Así, Yo sé quién soy, se titula una novela de Marcelo Matas, un manuscrito que su autor, el octavo artista invitado a participar en este blog, me entregó en su día para que le echara un vistazo, no en vano ven más cuatro ojos que dos, salvo que dos de ellos no vean.

-Por alusiones, amo.

-Habla, ciego.

-Tiene valor tu colega, atreverse a venir a esta casa gobernada por un chiflado.

-Pues sí, aunque seguramente pensó, Rogelio, que este gobernador chalado cuenta con la inestimable ayuda de un invidente a tiempo parcial, de una Blanca de carácter negro, de una Irina políglota y minifaldera que casi nunca está aquí y de un estudiante de Bellas Artes que parece un cadáver longevo, puro hueso todo él pese a su diario comer pantagruélico.

-Graduado, señor José, ya graduado en Bellas Artes.

-Si tú lo dices, mi querido Teo...

Un título procedente de una frase del Quijote, el libro donde...

-¿Donde aparece el ingenioso hidalgo que enloqueció por leer tantos periódicos?

-Algo así, Teo, algo así.

(Algo falla, sin duda, en el sistema educativo español. Y no por falta de libros de texto precisamente: el alumnado no puede con más en las repletas mochilas. Interminables, además, los temarios de las excesivas asignaturas: como para que los desprestigiados y abrumados docentes se pongan a explicar lo que deberían y como deberían, allá el chico o la chica si después confunde las barbas de un tal Jesucristo con las de un tal Fidel Castro)

Bueno, Marcelo, te cedo la palabra y a seguir con tus acertadas reseñas periodísticas sobre literatura infantil y juvenil: sabido es que no se obtienen buenas cosechas intelectuales sin antes haber sembrado con tino las tierras del conocimiento.

YO SÉ QUIÉN SOY

El dolor

Es inútil decir o contarle a alguien que el dolor es un peso inconmensurable que uno va arrastrando por dentro, una carga o un lastre del que nunca puedes desprenderte porque forma parte de ti, eres tú mismo. No se puede decir que el dolor es un frío o un fuego al mismo tiempo, sobre todo un frío que ha perdido todo amparo, toda posibilidad de abrigo, o un fuego de cisco, helado entre las llamas. Tampoco se puede decir que es un mordisco, de perro o de trinquete, aunque los dientes del animal o la máquina no suelten la presa al conjurarse, por el bien futuro del hombre, de su vago, incierto conocimiento de la verdad de las cosas, contra la carne que muerden sin hambre. Del dolor no se puede decir que es un ladrido que no sólo es la inequívoca señal de la intimidación o el peligro, sino que, en la misma voz de látigo, en el escalofrío que espanta y acorrala, está ya el silencio del miedo, el daño mismo cumpliendo su amenaza. A nadie se puede decir que es el dolor un campo de batalla yermo y sin esquinas, el triste, extraño lugar donde ni siquiera hay contendientes ni disputa esforzados en desplegar todas las posibles formas de impiedad para alcanzar la victoria, pero sí el acecho inclemente de la crueldad, aquella que sobreviene con sólo nombrarla, sin más tregua que la de ocultarse a los ilusos que aún creen en la fatalidad de las derrotas. Estéril es irle a alguien con el cuento de que el dolor es una sombra, tu sombra, que te persigue y se alarga más en la noche, en su cobijo negro donde se esconde, con sus ojos y sus dientes y sus alas blancas, para celar tus pesadillas, tal vez tus sueños, y alertar su huida de aves insomnes, y así, ya de nuevo unidos en el fiel, secreto abrazo de la resignación, obligarte a la conformidad de dejarte llevar por la amarga rutina, el abandono, de codiciar una vez más la necesaria protección de las madrugadas. Nadie te creería si dijeras que lo peor del dolor es la certeza de que no puede ser más que un pensamiento, la nula utilidad que tiene la posible circunstancia de ser dicho o contado o transmitido, no sin ánimo de queja o de noticia de uno mismo, ni siquiera de aviso de la posibilidad, tal vez cierta, de compartir un daño común y por tanto un lamento, de reclamar acaso un consuelo, sino su misma incapacidad para ser conocido más allá de lo que significa el dolor como palabra, trascendiendo la hondura que a través de los años ha cavado la experiencia de la soledad y el silencio, la propia cualidad del sufrimiento como inefable, el íntimo sentido del dolor sólo como presagio del dolor, como mera conciencia intransitiva que se limita a envolver con palabras, a darle distintas formas para asemejarlo a lo que conocemos y podemos transmitir, al peso al mordisco al frío al ladrido al fuego al campo de batalla a la sombra opaca, que nunca nadie quiere escuchar, del delirio. Marcelo Matas de Álvaro

Blog: AGUA DE PALABRAS

YO SÉ QUIÉN SOYMARCELO MATAS DE ÁLVARO

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


José Ángel Ordiz 453 veces
compartido
ver su blog

Revistas