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-- Anécdotas literarias.

Publicado el 18 junio 2012 por Jesustadeosila

Os ofrezco a continuación unas anécdotas refrescantes de cuatro conocidos literatos, que estoy seguro de que os arrancarán una deliciosa sonrisilla de complicidad.

George Simenon (1903-1989). Escritor belga.

Asistía George Simenon al estreno de una película policíaca muy mala. Malísima y tremendamente aburrida, en la que el protagonista asesinaba a media docena de personajes y al final se suicidaba ingiriendo una dosis letal de veneno.

-- ¿Qué le ha parecido la película, señor Simenon? -le preguntaron al escritor.

-- Bueno -respondió él-, pienso que al final de la película el protagonista no debiera de haberse suicidado envenenándose. Sino pegándose un tiro.

Y respondió el novelista:

-- Porque así nos hubiera despertado a todos los de la sala.

Ernest Hemingway (1899-1961). Escritor estadounidense.

Para los que creemos que la mayoría de las versiones cinematográficas que se hacen de las novelas dejan mucho que desear, aquí va esta anécdota.

-- ¿Está escribiendo alguna nueva obra, señor? -le preguntaron un día a Hemingway.

-- Pues sí, sí. Efectivamente, estoy en ello.

-- ¿Y puede adelantarnos de qué tratará?

A lo que Hemingway asintió:

-- Claro que sí. Es algo totalmente nuevo y original. Está inspirada en una película que hicieron de una de mis novelas anteriores.

Mark Twain (1835-1910). Escritor estadounidense.

Cuentan que Mark Twain, cuando ya era reconocido y famoso en el mundo entero, le confesó a un amigo íntimo:

-- ¡Ah! Yo tardé diez años en descubrir que no tenía ningún talento para dedicarme a escribir.

-- ¿Y por qué no lo dejaste, entonces?

Y Mark Twain se encogió de hombros:

-- Porque cuando me di cuenta de eso, ya era demasiado famoso.

Bernard Shaw (1856-1950). Escritor irlandés.

-- ¿Qué edad me echa usted? -le preguntó una sofisticada y elegante dama a Bernard Shaw.

El escritor la miró muy detenidamente, sin perder detalle, y le contestó:

-- Si me fijara sólo en su espléndida dentadura, diría que 18 años. Si me fijara sólo en su espesa y linda cabellera, diría que 14 años. Y si me fijara solamente en su espléndido tipo, yo diría que 20.

La dama, emperifollada, coqueta y radiante de felicidad, insistió:

-- Es usted muy amable. Entonces, ¿cuántos cree que tengo?

-- Pues sume 18, más 14, más 20... ¡52 años, señora mía!

(Con agradecimientos a mi amiga Luciana Varvello).

-- Anécdotas literarias.



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