Desde la cal que te va a criar la resistencia de la lavadora hasta el alza bursátil que alcanzará tu índice de colesterol -sin dejar de lado, amigo, las micropartículas cancerígenas que te arruinarán la vida o los gérmenes letales que acortarán tus días-, todo, todo, todo en la Publicidad de hoy es intimidación.
Al mundo, a fin de cuentas, lo guía el Miedo más que el Sexo. Ni falta que hace ser banquero, economista o sacerdote para saberlo.
Un título de publicista, es más que suficiente.
Sigmund Freud -que según Jose Luis Coll debía de andar con la cabeza en los huevos o con los huevos en la cabeza, vaya usted a saber-, llegó a creer con absoluta convicción que el Sexo lo era todo. Sigmund Freud, como la paloma, se equivocó de medias a medias. Sigmund Freud no tenía televisor. El Miedo.
El Miedo es el que guía a la Humanidad. ¿Y miedo a qué...?, te preguntarás. Hay donde elegir: apocalipsis maya, año 2013, eclipses intempestivos, apagones internáuticos, vida en Marte, el 666 número del Diablo, el átomo, el Universo, el tráfico, el vecino, ¿quieres más?
¡Enciendan la tele, desentiéndanse del mando, olviden el mundo, entrevénense de anuncios... y sentirán que una mano helada les acaricia la nuca!
Porque la rubia del culete prodigioso que hasta ahora nos vendía el último modelo de utilitario, ya no está. En su lugar, una voz en off -¡uff!- nos previene del testarazo que vamos a meternos, ¡ay!, como nuestro vehículo no tenga barras de protección lateral ni reposacabezas homologado por la Comunidad Europea.
Ya no está, no, la adolescente que se cepillaba las paletas antes de irse a dormir, con su camisoncito de tirantas. Un mojón. Hoy un tipo siniestro que gasta perilla y bata blanca, nos tilda de guarrísimos, menea un dedo delante de nuestras narices y nos reprocha la placa de sarro bacteriana que nos enfosca la dentadura, que ya veréis, viene a decir, que ya veréis lo que os dura la boca, graciosos.
Se fue la madre sensual que fregoteaba su vajilla en soleada cocina y viene hoy a la pantalla una vieja hipocondríaca que clama, ¡cuidadooo!; y grita, ¡¿sois tontos?!; y te abronca: ¿pues no ves, cacho guarro, que dejas unos restos de suciedad en los platos que terminarán inexorablemente propagando la salmonella por el barrio y parte del extrarradio, so mandril, so loco...? ¿En qué piensas, criatura?
El sexo ya no vende, que alguien corra y se lo diga al Almodóvar.
Adios a la morena que pisaba con garbo, a la grupa de su fregona... Temblemos ahora con la cara de criminal del mayordomo impecable -¿familia de Robespierre?- que nos arquea una ceja y se nos queda mirando con cara de asco, que nos llama malospadres, degenerados, infanticidas; que sólo a nosotros se nos ocurre limpiar los azulejos de la cocina con semejante cultivo de gérmenes letales, ¿o es que no nos da nada por el cuerpo jugar con la salud de nuestros hijos y propagar por el piso semejante cantidad de hidrocloritos y microbacilos orgánicos como propagamos? ¿Somos tontos o qué?
Y las niñas de las compresas, ¡ah...!, tililan de felicidad por el ancho mundo. Ellas, sí. El nuevo salva slip les permite respirar entre otras cosas, filosofar, leer a Kant y a Aristóteles, realizarse y comer de todo.
Si el champú que usas no contiene camonilas licuo-refractantes ni pomelos frescos del valle de Arán, vas a cagarla, machote: la cabeza se te quedará como una pera de agua, la grasa te chorreará de las patillas y un alud de caspa te dejará ciego de la noche a la mañana.
Al gato o al perro o al canario o a la tortuga, te los cargas con la porquería que les echas de comer, terrorista. Ya verás, chulo, cuando se entere la protectora.
El abuelo te dura dos días si te empeñas en darle la leche entera en vez de inflarlo con chutes de actimel.
Te pondrás gorda, mujer del milenio, y amarranada de grasas como no cambies pronto la marca de tus quesillos en porciones.
La caries te cangrenará la boca -y una buena porción de tráquea- si sigues usando semejante dentrífico de oferta.
El colesterol, en las noches de luna llena, te hará levitar.
Bacterias y microalgas se te instalarán en la salita y los dormitorios.
Amebas como pollos de granja te van a perseguir por los pasillos de la casa, insaciables. Y nada conseguirás corriendo.
Los trogocélidos galopantes te acechan. Te espían.
El hipo-fosfito cáustico sabe ya dónde vives.
Morirás antes de tiempo, en suma, si no haces desde hoy una compra inteligente.
Consume o revienta. Bienvenido al Pasaje del Terror.