¿Debo dejar de fumar? Con catorce años aprendí a tragarme el humo y ahora, mediados los cuarenta, ya me trago las colillas. No debe ser sano, al menos si no me acuerdo de apagarlas antes. Las fotografías que acompañan las cajetillas de tabaco, no consiguen en mí su propósito amedrantador. Todo lo contrario. Las colecciono y el otro día cambié una laringe quebrada por dos pulmones con forma de bolsa de chapapote. Es indudable que fumar perjudica violentamente la salud, pero tampoco debe de ser muy sano saltar de la cama a las seis de la mañana para cargar un camión de 3500 kilos, a la intemperie, en mitad de un polígono desolado. Debo pensar seriamente en dejar el trabajo, si quiero llegar a los ochenta años.
Este PC mío va demasiado lento. En vez de Gigas, creo que tiene un Jigo que se lo pisa. Siempre he sido un negado para la informática. La primeva vez que envié un msn, pegué un sello del rey en la esquina superior de la pantalla y me llevé un calambrazo en la lengua. Y una vez mojé en aceite el ratón, para que se deslizara con mayor facilidad, pero en cuanto arrastré el puntero salió despedido por la terraza y aún no lo he recuperado... Hasta que me aconsejaron que me hiciera con una alfombrilla y cogí por la noche la de mi vecino, que ocupa media mesa y pone: "Dios bendiga cada rincón de esta casa".
¡Ah, cómo hecho de menos mis blocks de a cuadritos!
Hoy he estado tomando copas y filosofando en la bodega de Pepe. Me dice Pepe mientras me llena la copa, que si los gatos siempre caen de pie y las tostadas siempre caen boca abajo, qué leches pasaría si amarráramos una tostada al lomo de un gato y lo arrojáramos desde una azotea. Me siento confundido y por unos instantes pienso que nunca llegaremos a alcanzar la Verdad Substancial de las Cosas. Su reflexión, asimismo, me ha hecho volver a considerar la relatividad de la existencia y a pensar que, después de todo y a pesar de las tantas hipótesis referidas al asunto, quizás el bigote de Einstein era de esos que se atan por detrás con dos gomillas. Dudas, siempre dudas.
Estamos en feria, sí, pero por Dios, ¿las once y media de la mañana ya...? ¿Y qué hago aquí, subido en la noria...? Me duele la cabeza, tengo la boca seca y lo último que recuerdo es de hace unas nueve horas, justo antes de que me tocara una caja con seis botellas de manzanilla en la tómbola de los dardos y los globitos. ¿Y mi familia? También recuerdo a mi mujer, diciéndome adiós de la mano de mi hija, advirtiéndome a gritos: ¡ahí te quedas, chulo, y ni se te ocurra tirar los cascos vacíos desde arriba, que te conozco!
Hmm... No debí sacarme el bono ese de los veinticinco viajes por el precio de quince. ¿Y quién me ha puesto estos dos claveles en la oreja izquierda? Patético me siento. Una vez más, confundido. ¿Pero quién me baja de aquí? ¡Ehh! ¡Ehh...!
Hoy ha vuelto a entrarme champú en el ojo cuando me lavaba la cabeza. ¿Por qué no somos capaces de evolucionar mínimamente? Ayer mismo, en un servicio público, volví a sorprenderme apuntando con el chorro de mi micción a las motitas de restos sólidos que dejó adheridas en la superficie de la taza el anterior usuario. ¿Por qué? ¿Quién soy y de dónde vengo? ¿Por qué reiteramos los mismos actos, una vez y otra? ¿Por qué persistimos en olernos el dedo cuando nos arrascamos la planta de un pie? Tristeza y desesperación. Ni Carls Jung, ni Freud ni Eduardo Punset profundizan demasiado en nuestra menguada mente. ¿Por qué miramos el pañuelo en cuanto nos sonamos la nariz? ¿A quién esperamos encontrar dentro...? No, no puedo tener fe en la especie humana. Ya no.
Llega el verano. Noto que los efectos del calentamiento global hacen mella en mí cada año con mayor repercusión, sobre todo cuando vuelvo a observar que la vecina del bloque de enfrente empieza ya a tender la ropa con un escueto vestidillo fresco y transparente que apenas si la cubre algo por encima de las rodillas. Si por casualidad nuestras miradas se cruzan, saco hábilmente unas migas de pan del bolsillo y empiezo a llamar a las palomas: pita, pita, pita...
Cada vez llevo peor las calores. En especial, cuando levanto los brazos al bostezar después de la siesta y olvido que el ventilador del techo anda funcionando.
Debo recargar el aire acondicionado del coche, además, si no quiero que el perrito de peluche que mueve la cabeza en la bandeja trasera vuelva a escapar de nuevo y a solicitar asilo hasta octubre en la perrera municipal.