Mi viejo amigo o mi amigo viejo, qué más da. Observo que sigues mi blog con idéntico interés conque seguías las líneas que garrapateábamos juntos en la servilleta de un bar. Han pasado años, eh. Entonces tú también escribías, con la única diferencia de que mientras yo buscaba el adjetivo exacto tú buscabas el dar en la diana sin recurrir a un diccionario de sinónimos o antónimos. Yo escribía buscando un aplauso y tú escribías de corazón. Lo recuerdo. Lo recuerdo bien porque todavía guardo muchas de aquellas servilletas, arrugadas y entintadas de azul, en cualquier cajón de la mesilla de noche...
Has leído mi "artículo" (qué presuntuoso me siento) titulado "Un paseo por el centro" y has reconocido sin lugar a dudas a esos dos chavales que con 17 o 18 años se pateaban el centro buscando dios sabe qué. Efectivamente, viejo amigo viejo, esos dos chavales éramos tú y yo. Efectivamente, sin lugar a dudas, cuando paseaba el otro día con mi hija por el centro de Sevilla, la llevaba a ella cogida de mi mano, pero te llevaba a ti prendido con dos imperdibles en un ribete de mi alma: fueron muchos paseos, fueron muchas servilletas arrugadas...
Quedábamos a eso de las ocho de la mañana, ¿recuerdas?, en la parada del 23. Una sonrisilla de complicidad era mucho más que un saludo. Si tú llevabas veinte duros y yo llevaba otros veinte, entonces la mañana empezaba perfecta. Enfilando la calle Aguilas, desembocábamos en la Alfalfa, y por el trayecto ya habíamos dicho unas cien veces guapa a la chavala que iba a estudiar, a la morenaza con el uniforme del cortinglés o a la guiri que estúpidamente era capaz, a tan tempranas horas, de andar perdida por el centro de Sevilla. La mayoría, nos sonreía. Siempre, amigo, llevábamos a gala ser unos caballeros. Siempre.
Bar EUROPA. ¿Qué escribo yo ahora, viejo amigo viejo? Siempre desayunábamos en nuestro Bar Europa. Ya Pepe, en la barra, nos conocía de sobras. Tomábamos asiento en una de sus mesillas de mármol. Café y media tostada con mantequilla. Por la ventanita que daba a la cocina, el viejo Genaro nos sonreía y se daba con esmero a cortar media viena y embadurnar ambas mitades de margarina de esa de la lata azul, con su espátula, dale que le pego, hasta que dejaba la tostá con un enfoscado que ya quisiera yo tener en las paredes de mi dormitorio. Ahora pides, donde quieras que desayunes, una tostada, y te endiñan bien que una dosis de mantequilla, una dosis de foiegras o una dosis de cinco gotas de aceite (como si andaras en un centro de desintoxicación), dentro de un estuchito que sólo puedes abrir si no te comes las uñas, y que si logras abrir y huntar y no mancharte hasta las cejas, ya te hallas conque la tostada anda tiesa como un cuerno de no sé quién.
En nuestra mesita de mármol del Bar Europa, tras desayunar escribíamos.
Necesitaría, viejo amigo viejo, un nuevo blog para dejar reseña de nuestras mañanas en el centro.
¿Cómo tú y yo, tan golfos y a la vez tan correctos, podíamos apadrinar a ese niño que se llamaba Alvarito, en la Biblioteca Pública de la calle Alfonso XII, cogerlo en brazos, leerle cuentos, hacerle reír ...? Y a las dos horas, liarnos a guantazos con una pandilla de drogatas que no nos caían demasiado bien.
¿Cómo tú y yo, tan pícaros y a la vez tan gentiles, podíamos hablar horas y horas con el viejo borrachín que acodado en un bar de la calle Feria vendía sus historias por un vasito de vino blanco...? Y al rato, llegar a las manos con quien quiera que fuese que creyéramos le hacía un favor muy flaco a nuestra amada Sevilla, con su sola presencia. La de guantazos que dimos y nos dieron, viejo. Todavía me dura la nariz torcida.
¿Cómo podíamos hacer de guías turísticos para catalanas, inglesas, chinas o alemanas...? Y a la media hora, intentar acostarnos con alguna. Ahí, me ganabas.
¿Cómo, en fin -la lista sería interminable-, pudimos con 18 años amar tanto a Sevilla, saber tanto de sus calles, ubicar cada azulejo, amar cada piedra, adorar a Juan Tenorio en el barrio de Santa Cruz, cuando Sevilla a las cinco de la mañana dormía? ¿Cómo pudimos arrodillarnos en la Judería, a la vista de la Giralda? ¿Cómo podíamos deambular por el Alcázar, por la Catedral, por el Archivo de Indias, por el Palacio de San Telmo, por la Torre del Oro, por las dos orillas de Triana y por el arco del Postigo o de la Macarena....? Dime, viejo amigo viejo, cómo siempre fuimos tan leales y a la vez tan golfos. Dime, viejo amigo viejo, de qué manera amábamos a Sevilla, de qué manera amábamos a su gente, de qué manera se hizo Sevilla, poquito a poco, una extensión del salón de nuestra casa... que sólo nos faltaba, loco, bajar a la calle en pijama...
En la Plaza de Doña Elvira, los dos gitanos que cantaban con una guitarra vieja empezaron a mirarnos malamente, cosa que no me extraña. Tú mirabas como miras todavía, con una entereza que acojona a Robocop. Yo miraba como no consigo dejar de mirar: con ganas de repartir tortas.
En la Plaza de Doña Elvira, los dos gitanos y nosotros dos nos hicimos amigos una tarde de noviembre, cuando venían los tunos dando su tabarra,
También nos hicimos amigos, esa tarde de noviembre, de la Tuna de la Facultad de Medicina, de la Tuna de la Facultad de Magisterio, de la Tuna de...
Y creo que presumimos de nuestra Sevilla. Que hicimos de guía por estas calles por donde ya callejeábamos hace años. Creo que hicimos buenas amistades. Y creo que... Sí. Por lo menos yo, sí. Me consta que tú también, pero yo hice doblete en Filología Clásica y y Ingeniería Avanzada y...
¿Qué te cuento, viejo amigo o amigo viejo, que ya no sepamos tú y yo? Hemos sido esos Rinconetes y Cortadillos de siglos pasados. Esos pícaros y truhanes y buscavidas que no desaparecen con una goma de borrar en un libro de texto. Hemos compartido cervezas y poemas de Machado. Hemos andado entre burdeles y entre líneas de Pablo Neruda. Hemos visto a gente que duerme y a gente que acaba de despertar. Hemos sido basura en las calles de esta Sevilla, pero hemos sido también la reencarnación de ese don Juan Tenorio al que rezábamos más que al Dios de las escuelas:
"llamé al cielo y no me oyó,
y pues las puertas me cierra
de mis actos en la tierra...
responda el cielo, que no yo."
Quizás, viejo amigo viejo, todavía tenemos páginas que escribir. No hemos sido, al fin y al cabo, tan malos. Traviesos, sólo traviesos. Y si Sevilla se nos queda chica... ¿Te apetece Madrid?
Rinconete y Cortadillo por Madrid.
Tenemos veinte años más, pero no hemos cambiado. Que cambien los demás.
Un grande y muy sincero abrazo. Por todo lo que hemos vivido.
Y como lobo que no descansa... creo, mi viejo amigo viejo, que Rinconete y Cortadillo tienen paso libre por Madrid.
Ahora con canas, quizás nadie reconozca a Rinconete y Cortadillo. Somos lo que fuimos. ¿Quién, a estas alturas, puede asustarnos...? Mi nariz sigue torcida por un puñetazo y quizás es hora de enderezarla. Hay tanto gilipolla suelto que me haría el favor...
Besos: poeta, golfo, bohemio y hermano... Besos, por lo que fuimos y lo que perdimos. Besos por lo que pasó.