- Voy a matarla, y voy a hacerlo ya. De ti depende si quieres verlo o no -.
El salón era muy amplio, y barroco, lleno de decoración, una decoración puesta en más de un lugar sin ton ni son, por el mero gusto de colgar algo caro.
Cuadros, bustos, porcelana,... hacían incluso menos acogedora la estancia. La luz, semi apagada, brillaba de forma cálida por el reflejo de tanta pieza de colección o lujo.
En el centro, en una hermosa silla de madera con diseño modernista, estaba atada de forma tosca y apresurada, con cuerdas y una mordaza en la boca, Ioana Layo, mujer de Mihai Layo, importante capo de la mafia Monma, señores del crimen organizado al este del río Teluris, en la basta ciudad de Santa Clara.
Junto a la puerta había un teléfono fijo con un cable largo. Miguel hablaba por este mientras andaba inquieto entre el fijo y la silla en la que estaba la mujer, tanto como le daba el cable del teléfono. Y entre ida y venida, le golpeaba o le levantaba la mano para aterrorizarla.
Su aspecto era lamentable, el cansancio y los rastros de peleas anteriores se reflejaban en su cara, y la ropa rota y sucia parecía la de un vagabundo cualquiera.
- Creo que no me comprende, Mihai: No he venido hasta aquí como un simple ladrón. Mi hija está muerta, he venido a matarle a usted, así que o viene hasta aquí ya, para complacerme, o seguirá ardiendo su vida. Comienzo a contar.... -