Mi aventura con ellas comenzó hace un par de semanas cuando me enteré que en el segundo nivel donde trabajo, existe un local donde se encargan exclusivamente de estampar en lapiceros y, dado que es más facil "tercerizar" esos servicios y ganar tiempo para hacer otras cosas, fue muy bueno conocerlos. Justo por esos días, me había llegado un trabajo de impresión de 500 lapiceros, así que no dudé un minuto y apenas compré los lapiceros, los llevé a imprimir al mentado lugar.
Tan pronto como llegué a la tienda, me percaté que su grupo de trabajo estaba conformado básicamente por 5 mujeres y un solo varón. Ya después de ir un par de veces más, me enteré que éste único varón, resultaba ser el padre de las muchachas, un tipo con gesto servicial y amable que siempre me decía "¡Claro que se puede, muchacho, deje todo allí, yo me encargo!".
Pero dado que por estos lares, no basta con "dejarle el trabajo" a otros, sino que uno debe siempre hacer un exhaustivo seguimiento a lo que van haciendo (si no, nunca te entregan el trabajo), no era extraño que me vieran subir una y otra y otra vez a verificar el estado de mis benditos lapiceros. Las muchachas entonces, ya se habían acostumbrado a verme, a sentir mi preocupación, mi angustia, mi olor a desconfianza. Pero no me decían nada, hablaban entre ellas, mientras su padre me convencía que "todo estaba bien".
Así pasó ese día, y desde entonces, dado que el trabajo quedó A1, volví a subir otras tantas veces más pues comenzó a llegarme más trabajo de impresión de lapiceros. Era entonces común verme allí de vez en cuando, igualmente, supervisando el avance de mi trabajo, mientras ellas seguían trabajando muy organizadas: Una cogía el lapicero, la otra lo limpiaba con thiner, la otra lo ponía en la placa, la otra presionaba la placa, la otra lo secaba y la última lo ponía en la caja.
Pero llegó el momento en el cual comencé a notar que cada vez era mayor el cuchicheo entre ellas. ¿Se estarán burlando de mí? pensé, comenzando a sentirme un tanto incómodo por su actitud. Su padre, por suerte, muy concentrado en lo que hacía, respondía siempre amablemente por todo lo que yo le consultaba, pero cada vez, el rumorcillo entre ellas era más y más evidente.
De pronto, un día pregunté "¿Puedo ir llevándome ya este trabajo que han terminado? Y sin darme cuenta, una de ellas, se fue casi corriendo a recoger la caja para dármela en la mano. De repente, un estallido de carcajadas se expandió por toda la tienda, haciendo que la muchacha se sonroje demasiado y ponga sus manos como una niña fresona y avergonzada. Pronto su vergüenza se elevó al cubo cuando, al tratar de ayudarme, botó por los suelos todos los lapiceros y todas las demás comenzaron a reírse aún más. De tanto reírse, otra de ellas tropezó y cayeron los demás lapiceros que tenían en una mesa aledaña, la otra al tratar de ayudarla, se cayó de culo y botó al piso el agua con la que limpiaban los lapiceros, su padre, más sorprendido que yo, puso el grito en el cielo ¿Qué les pasa, están locas? y al tratar de poner orden, no hizo más que empeorar la situación al botar también la pintura del estampado.
Quise hacer algo para detener tanto escándalo, así que, mientras ellas seguían riéndose por los suelos, me agaché para ayudarlas a ponerse de pie ¡¡GRAVE ERROR!! todas comenzaron de nuevo a reírse y la chica, que prácticamente se orinaba de la vergüenza, terminó nuevamente por los suelos. Así, al notar tanto escándalo, las personas que trabajaban en las tiendas aledañas, se acercaron a ver que pasaba y yo, más avergonzado que nunca, no hice más que salir corriendo diciendo un estúpido y presuroso "LUEGO RECOJO LOS LAPICEROS, YA ME VOY".
Mientras corría, a lo lejos escuchaba aún sus carcajadas revolcándose en la multitud de lapiceros, escuchando esos clásicos "uhhh uhhhh uhhhhh" esos mismos "uhhh uhhh uhhh" que solían decirme en el colegio cuando me empataban con alguna compañerita a la que sólamente seguía para evitar tener que jugar al fútbol con los hombres.
Se lo conté al Pata Anónimo y fue allí que las bautizó como "Ninfas Andinas". Las siguientes veces, era él quien recogía los lapiceros y dejaba los trabajos allí, aunque claro, tampoco les iba a huir todo el tiempo, así que tuve que regresar en otras oportunidades, y aún con lo serio y amargado que me ponía, era inevitable caer en las garras de las ninfas andinas. Todas ellas, parecían transformarse cada vez que me veían. Comenzaba con una risilla nerviosa, hasta convertirse en un mar de 'jajajaces'. Era inevitable, me había convertido ya en su crush andino.
No era la primera vez que una mujer me coqueteaba (era la segunda... no soy tan exitoso ni con mujeres ni con hombres), pero era la primera vez en la cual me coqueteaban en grupo y provocaba un "stop" en su apacible y rutinario trabajo. ¿Me gustaba? al principio no, pero pronto... comencé a ver que podía sacarle provecho a esa situación incómoda.
Por ejemplo, hoy día, dado que estoy armando un nuevo catalogo, tuve que subir una vez más a consultar precios sobre distintos trabajos con lapiceros. Esta vez, al notar que la cara de molesto, no servía con ellas, decidí hacer lo contrario. Me dibujé una sonrisa y de frente me puse a hablar con el padre. Mientras lo hacía, una de ellas me miró directamente a los ojos y le sonreí mostrando mis brillosos y metálicos brackets. La muchacha se puso roja como un tomate y las demás la machacaron de inmediato con risas burlonas. Ella no aguantó más y se fue corriendo. Algo contrariado por lo que ocurría, su padre se puso muy serio y me dijo mirándome a los ojos: "¿No tendrás por ahí un hermano? ¿O tu sólo podrás con todas ellas?"
Y yo... O_O ¿Tendré un descuento especial con mis lapiceros?
#004 ADT: Las Ninfas Andinas