Junto a la pared de ladrillos me apoyaba mientras observaba el ajetreo de la ciudad. A mi derecha había una gran plaza, a las puertas del recinto del colegio donde estudiaba.
Justo cuando empezaba a aburrirme comenzó a salir de las puertas niños de todas las edades, y yo me puse la mochila.
Laura avanzaba con tres compañeras, hablando con la soltura e inteligencia que la definían, y sonriendo como si fuera la única que supiera hacerlo.
Nunca había tenido esa sensación de conocer a alguien de toda la vida, y a la vez no conocer a nadie igual. ¿Por qué me llamaba tanto la atención? Quería estar allí, quería estar donde ella, quería ser joven.
Yo la miraba absorto, repasando una y otra vez mil estrategias para conseguir algo, e imaginándome una por una su resultado, que siempre era el mismo. Pero, aunque ya había hablado con ella, aún no me había acercado lo suficiente para ese resultado. Y mi obsesión crecía.
Laura cruzó, y vi como la seguía con la vista un hombre alto, de unos cuarenta años, de tez oscura y muy bien vestido. Me quedé fijo a él y a su mirada penetrante que parecía estudiar a la niña. No me gustó que no fuera yo el único que la observaba. Aunque pensaba que sería solo una casualidad.
Cuando notó mi presencia se giró y se perdió por una de las calles. Laura y sus compañeras se alejaban también, dejándome atrás. Y yo, me puse en marcha para darle alcance.