LA DECISIÓN DE EMIGRAR
Hace años, una conferencista sobre el tema de las movilizaciones poblacionales, hizo una afirmación que me impactó y que todavía recuerdo y analizo: “Toda emigración es un acto de supervivencia”.
El motivo por el cual me llamó tanto la atención es porque he emigrado tres veces y, al menos en mi caso, la afirmación ha resultado cierta. He conversado con otros emigrantes y la certeza se repite.
Y es que el impulso definitivo para abandonar el lugar actual de residencia es que éste ha dejado de ser el adecuado para que desarrollemos allí nuestras vidas, sea en lo estudiantil, o laboral, o social, o puramente para la satisfacción de nuestros intereses.
Es improbable para quienes no somos millonarios que -con la naturaleza presuntamente “definitiva” implícita en una emigración- nos mudemos de un país a otro por el solo placer de hacerlo. Generalmente tenemos una importante razón: la necesidad de sobrevivir.
Emigrar es un paso muy delicado y –por experiencia personal- le sugeriría a quienes estén evaluando esa posibilidad, dedicar tiempo a tomar una decisión bien informada; la Razón versus la Pasión.
Considero que una manera realista de enfocar desde su inicio el proceso de emigrar es
plantearse, en blanco y negro:
1.- Los motivos reales que nos llevan a siquiera pensar en una emigración:
- ¿Por qué quiero o necesito irme de este lugar donde vivo actualmente? ¿Qué me impulsa a irme?
- ¿Para qué me voy? (aunque no lo parezca, es distinto de lo anterior)
- ¿Cuáles son mis necesidades, requerimientos esenciales, en los siguientes renglones: puesto de trabajo, actividad independiente, tipo de vivienda, servicios que ofrece la ciudad, facilidad de telecomunicaciones, transporte público o privado, servicios de salud, instalaciones y currículo educativo, etc.?
- ¿Con qué cuento, cuáles son mis recursos: personales, financieros, educativos, idiomas, etc.? ¿Fortalezas y Debilidades? ¿Amenazas y Oportunidades?
- ¿Cuáles son mis expectativas? ¿Qué espero encontrar u obtener en el otro lugar? ¿Cuán realista es esa expectativa?
- ¿Me doy un tiempo para exploración previa?
- ¿De qué factores depende mi probable decisión de irme?
- ¿Voy sola? De no ser así, ¿qué opinan mis acompañantes? ¿Están dispuestos?
- ¿Cuál es mi nivel de tolerancia a otras costumbres?
- ¿Estoy dispuesto a asumir las inevitables pérdidas -de dinero, de activos, de amistades, de red de relaciones de negocios, de poder en mi comunidad, de reconocimiento a mi experticia profesional- involucradas en una emigración?
- ¿Estoy dispuesta a aprender a vivir en otro país? ¿Estoy consciente de las diferencias respecto de mi país de origen: legislación, estructura y distancia social, nivel de aceptación-rechazo a los inmigrantes, cultura cotidiana, creencias religiosas, costumbres sociales, concepto de familia, etc.?
2) Los motivos que podrían hacer que decidiera no salir de mi país.
3) Los motivos que podrían hacer que, una vez haya emigrado, regresara al país que estoy dejando. Es decir: ¿cuál es mi Umbral de Aceptación del Cambio?
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Es muy importante, además, que estemos atentos al hecho de que vamos a experimentar las llamadas Etapas del Duelo. Éstas -aunque fueron enunciadas y descritas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ros para referirse a la experiencia de las personas que han sido informadas de que van a morir en un lapso determinado- han resultado aplicables a otro tipo de situaciones de pérdida que ocurren en la vida de las personas; tales como la emigración, por ejemplo.
Las etapas son las siguientes y no necesariamente ocurren en este mismo orden:
a) Negación: "Me siento muy bien aquí. Todo es perfecto.”
La negación es solamente una defensa temporal para el individuo.
b) Ira: "¿Por qué tuvo que pasarme esto precisamente a mi? ¡No es justo!"
En esta segunda etapa, el individuo reconoce que no puede continuar negando la realidad. Debido a la ira, al resentimiento hacia lo que le impulsó a mudarse, esta persona se vuelve difícil de tratar y de socializar.
c) Negociación: “Dios mío, ayúdame. Haré cualquier cosa con tal de salir adelante y poder tener una vida mejor"
La tercera etapa lleva implícita la esperanza de que el individuo puede, de alguna forma, posponer o retrasar el dolor y “negociar” con un poder superior el cambio hacia una forma de vida diferente aunque no sea la que había “soñado”.
d) Depresión: "Estoy tan triste, ¿Para qué hacer algo?"; ¿Qué sentido tiene?"; "Extraño a mi familia, a mis amigos"
Aquí la persona empieza a entender que la mudanza fue definitiva, que el país donde siempre vivió es parte del pasado. El individuo puede volverse silencioso, taciturno, rechazar visitas y pasar mucho tiempo llorando y lamentándose. Es un momento importante que debe ser experimentado y llevado a la conciencia por la persona.
e) Aceptación: "Bueno, esto no es tan malo; por eso lo escogí. Voy a estar bien."; "No puedo luchar contra la corriente y echarme a morir. La vida continúa"
En esta etapa llegan la paz y la comprensión de que el cambio ha ocurrido. Generalmente, la persona quiere estar sola, asimilando el cambio. Los sentimientos negativos suelen desaparecer progresivamente. Es el fin de la lucha.
Es necesario, por último, estar atentos a que la etapa de aceptación puede tener duración variable para las diferentes personas, inclusive puede tomar años.
Esto es así porque en algunos individuos pueden presentarse una especie de “recaídas”, que los llevan a idealizar la situación del país que dejaron atrás y a sentir nostalgia de unas supuestas realidades que, la mayor parte de las veces, ya no están allí (amistades, costumbres del momento, lenguaje, grupoide referencia, experiencias agradables del pasado, etc) y sólo existen en su memoria…