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- Cámbiate Paulita, date prisa que vamos a llegar tarde -.
- En el San Claire nos levantábamos más tarde -.
- Bueno, pero ya no estás en el orfanato. Y no querrás que lleguemos tarde a la escuela. Anda, cámbiate. Y avisa a tu hermano, ¿quieres? -.
La pequeña golpeó en mi habitación y entró resuelta, lanzándose sobre mi cama, pero yo ya estaba despierto, y la esperaba sentado en mi silla. Cuando creyó haber caído sobre mí para aplastarme le lancé dos cojines encima. Pero no terminó como había planeado: tras mi embestida cogió la almohada y giró su pequeño cuerpo hasta tenerme al alcance. Antes de que pudiera levantarme me golpeó, tirándome al suelo. Y yo empecé a reír.
- ¿Estás bien, hermano? – me dijo Paula, mirándome desde la cama.
- Si, no te preocupes – le dije – anda, date prisa que llegamos tarde -.
- Tenía razón, ¿verdad que tenía razón? – empezó, bajándose de la cama.
- ¿Quién tenía razón? –
- Elena. Me dijo que cuando nos fuéramos con esta familia seríamos muy felices -.
- Si, tenemos mucha suerte de estar aquí. Anda, vete ya, que es tarde – y corrió hasta su cuarto.
De nuevo, una familia, en Málaga ciudad, bonito lugar sin duda. Hacía mucho tiempo que no vivía así, y había que aprovecharlo ahora que me había acostumbrado. Pero, ¿viviría allí, con Paula, mi nueva hermana pequeña, y con nuestros nuevos padres, hasta cuando, tres años más, o aún más, o menos,…? No lo sé, tenía muchas dudas que no quería afrontar. Tan solo, tenía ganas de vivir tranquilo, no tan solo.
- Vamos Andrés, vas a llegar tarde – me decía Irene desde la puerta, interrumpiendo mis pensamientos -, no es fácil afrontar tantos cambios a la vez, y menos si se llega tarde. Nueva escuela, nuevo curso, nuevos compañeros… Y esto no es el pueblo. Date prisa, ¿quieres?
- Enseguida mamá – le respondí, y empecé a preparar las cosas. Me hizo gracia como me lo había dicho, como si no lo supiera, como si fuera la primera vez, como si no estuviera ya acostumbrado,…
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