Revista Literatura

08:23

Publicado el 12 octubre 2012 por Leon
La ciudad se abría al paso de su coche. Farolas, árboles, contenedores, portales, ancianas con sus perros, chavales jugueteando, y otros ciudadanos. Sergio Layo conducía con la tranquilidad de quien pasea en calzón por su casa.
- "¿Te estás riendo de mi?" ¿No te acuerdas de esa escena? Es buenísima - decía Juan Torras, Tor, en el asiento del copiloto.
- Que no te estoy diciendo que sea mala - respondía Sergio -, solo que El Padrino es mejor -.
- Pero es más aburrida, tienes que reconocerlo... -
- Otra vez, ¿qué sabrás tú de cine si eres medio paleto? Es más profunda, no más aburrida -.
- La otra también es profunda -.
- Tu tumba sí que va a ser profunda -.
- Pues yo creo que podría hacer una película sin problemas -.
El coche seguía avanzando sin prisas, ni paradas, entre los edificios.
- No seré yo el que vaya a verla -.
Junto a un parque, Rubén Rosel, el Gaviota, miraba a uno y a otro lado, moviendo mucho el cuello y los ojos. Al ver el coche se giró, y comenzó a caminar apresurado pegado al enrejado del parque.
- ¡Mira, ahí está! -
Sergio detuvo el coche medio subido en la acera. El Gaviota comenzó a correr. Tor y Sergio salieron de un salto, le alcanzaron y le tumbaron a la carrera.
- ¡Siempre en el suelo, Gaviota! -
El Gaviota, tumbado, suplicaba que parasen de golpearle, mientras sangraba por la boca. Tor le asestaba patadas en el estómago. La gente que paseaba se marchaba sin mirarles si quiera.
- Nos debes dinero, Gavi. Estamos muy descontentos contigo. Mi padre dice que no te puedes fiar de un yonki como tú, pero me caes bien Gaviota. Pásate por el Bar Kazú antes de las ocho con mi dinero, y quizás conserves esos brazos inútiles que tienes -.

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