Han pasado 42 días desde el final del verano.
El mar lo sabe, y la ciudad balnearia también.
El feriado internacional sumerge a toda la población en una desaparición forzada.
Solo estamos vos y yo, caminando por peatonales desiertas, curioseando entre los telones de los comercios cerrados, imaginando qué no compraríamos de todos modos estando éstos abiertos.
Somos como dos fantasmas, en una ciudad al que el viento ha quitado los papeles de la acera. Como hace frío, mi mano pide estar dentro de la tuya.
Nos refugiamos en un bar, uno de los únicos dos que permanece abierto.
Allí parece haber algo de vida.
El mozo de toda la vida, un par de mesas ocupadas, el menú del día ocupando los platos blancos junto a la gaseosa que viene en el combo.
Ya habíamos estado allí antes. Somos dos locos un poco conocidos, explorando ver si hay más para nosotros.
¿Cuánta tela queda para cortar? ¿Cuánta tinta? ¿Cuánto papel en blanco para seguir escribiendo?
Dejo de escuchar los ruidos de los cubiertos, de mirar al padre separado sumergido en su celular mientras sus hijos miran las paredes, dejo de desear la torta de chocolate que da vueltas ininterrumpidamente en la vitrina circular.
Te miro haciendo un descubrimiento magistral: me gusta mirarte.
Me gusta verte entrar caminando. Me gusta tu silencio y tus palabras disparatadas cuando éste se rompe.
Me abrazo al silencio y sostengo lo que siento con mi mirada.
Me queda mucha mirada para dar.
Patricia Lohin
Imagen: emilysteve.com
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