(1) Palacio Real de Madrid

  Sobre el Palacio Real cae el sol de la tarde,desde allá lejos, haciendo hermosas perspectivaspara quien dejando de lado todo lo prácticohasta aquí se acercó sólo por ver el Palaciodormirse con el sol de la tarde, bondadosoy pacífico, como mano conciliadora,capaz de ahuyentar la soledad y la tristeza.  Y piensas cuán bellamente, ya entrada la noche,guardará el Palacio para sí cómo el sol pusosus últimos rayos de ese día en cada piedra,la mano que acariciaba el cuerpo del amante;instante nunca olvidado, siempre revivido.  Este pensamiento te lleva forzosamentea ti, entre músicos ambulantes y chiquillosque corretean y juegan alrededor tuya,tan extranjero como éstos que a tu lado pasanhaciendo fotos te sientes ahora, bicho raroque a este Palacio personalidad le pones,y animas prestándole una parte de tu vida.  La hermosura hasta aquí te trajo, como otras veceste llevó hasta otros lugares, porque a ella la siguesincondicionalmente, de tu vivir es parteimprescindible; si hay algo a lo que no quisisterenunciar nunca, fue y será siempre a la hermosura.Auténtica música de tus días. Perfumede tus horas. Alimento último para tu alma.  Va dejando el sol paso a las sombras lentamente,sin aceleración y sin descanso, depone   ya la última claridad del día, ahora sólola luz artificial acariciará sus piedras.Llegó la noche a esta parte del mundo, y tú piensascómo el sol ahora a otros monumentos, a otras tierrassu belleza entrega, olvidado ya del Palacio;cómo para sus piedras aquel sol lo fue todo.Y ves que no es un sentimiento correspondido.  Sólo piensas en caminar, caminar muy lejos;para así quizás alejar este sentimiento,o al menos así lo deseas. Porque de prontolo viste claro: aquel sol su belleza entrega a otros,que tuya es la noche, su oscuridad y su silencio.