En esta ocasión, el hilo conductor de los artículos se basa en la jerga de los tramoyistas. Irresistible para quienes sean portadores del virus del teatro en sus células nerviosas.
Como siempre, el índice:
01_ALCAHUETE:
Editorial
02_PIPIRIJAINA:
Leer o no leer, Oscar Wilde
03_TORNAVOZ:
El Kindle: ¿una mejora del libro convencional?, Nicholson Baker
La transición digital: ¿ha muerto el ‘eReader’ antes de nacer?, Manuel Gil & Fco. Javier Jiménez
El ‘Book Search’ de Google: un desastre para especialistas e investigadores, Geoffrey Nunberg
Cosas que no debería decir sobre los editores y libreros (independientes), Esteban Hernández
Las fronteras del libro electrónico. Reflexiones desde la edición académica, Magda Polo
La edición independiente como alternativa para fortalecer la diversidad de la oferta editorial, OBIEI
04_FALDETA:
Montajes gráficos, Emilio Gil
05_BAMBALINÓN:
La muerte del editor (Echenoz y Lindon), Jean-Louis Cornille
06_VARAL:
Escribir a dieta, Juan Villoro
Estómagos de hierro, Margarita Valencia
07_ESCOTILLÓN:
Libros y blogs
Y de aperitivo especial, algunas perlas de su contenido:
«Decir a alguien qué tiene que leer por regla general resulta o bien inútil o bien nocivo, porque el verdadero gusto por la literatura es una cuestión de temperamento y no de aprendizaje: no hay libro de texto que nos lleve al Parnaso y nada que podamos aprender merece la pena que lo aprendamos. Pero decir a la gente qué no tiene que leer es asunto bien distinto, y me atrevo a recomendárselo como misión a la Extensión Universitaria. De hecho, es algo de lo que estamos sumamente necesitados en esta época nuestra, una época en la que se lee tanto que no queda tiempo para admirar, y en la que se escribe tanto que no queda tiempo para pensar». Oscar Wilde, en la Pall Mall Gazatte, 1886. Traducción de Mercedes García Lenberg.
«Hace años, en todos los periódicos trabajaba un gordo dedicado al arte de corregir la puntuación. Mientras otros sudaban en el lugar de los hechos, él leía con ojos de cazador. De tanto en tanto, chupaba un lápiz como quien prueba una golosina y tachaba un gerundio. No necesitaba consultar diccionarios porque había engordado a fuerza de adquirir palabras. El corrector obeso era la versión extrema del periodismo sedentario. Su cuerpo expresaba autoridad. Aunque odiáramos sus enmiendas, lo veíamos como a un Buda cuyo don consistía en suprimir el adjetivo que tanto nos gustaba». Juan Villoro.
Se puede adquirir en los lugares de costumbre. Y ahora también en versión digital.
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