- Y en el recreo estuvimos jugando, y me comí todas las galletas. María me preguntó si iría a jugar a la tarde, y le dije que no podía - explicaba Alicia -. Después la profesora preguntó por las capitales, y yo me las supe todas -.
- Pero sabes que no son las reales, ¿no habrás olvidado las que te enseñé? -
- No mamá, me acuerdo de las dos a la perfección -.
La familia comía en la cocina, que estaba desordenada, como si hubieran cocinado rápido para comer a tiempo antes de volver al trabajo y la escuela, y, sin embargo, la madre había pasado toda la mañana allí.
Alicia hablaba de su día casi melancólicamente, como si de un juego se tratase, y no de su vida. Un juego al que sabía jugar muy bien, o eso parecía.
Zariel estaba pensativo, con la mente abstraída. Su padre le observaba detenidamente, intentando leer dentro de él. Entonces, soltó su cubierto y le asestó a Zariel un golpe fuerte con la mano abierta en la cabeza. Este, que no se esperaba la colisión, impactó su cabeza contra su plato.
Todos callaron y observaban la escena, sin decir nada, sobresaltados. Zariel contuvo la rabia, sabía que sería peor quejarse.
- ¿Qué has hecho? - le preguntó su padre.
- Nada - le contestó.
- A mi no me mientas. Algo has hecho, estoy seguro -.
- No he hecho nada padre, de verdad. Nada -. Zariel se inquietó, pero se mantuvo firme.
- Esta comida no sabe igual, aquí hay algo que se ha comprado fuera de la ruta, fuera de mi plan. ¿Para qué te digo cómo obtener alimento no adulterado si no eres capaz de hacerlo? ¿Qué quieres, envenenar a tu familia? -
- Yo no he comprado nada fuera de la ruta que me dijiste, de verdad padre, siempre compro en los tiempo que tu me indicas -.
- No te creo. La comida de hoy te la vas a comer tú entera. Pasadme los platos, hoy come solo Zariel. Así aprenderá a hacer correctamente las rutas -.
Zariel tragó su ira y, enfadado, empezó a comerse su comida. Alicia le miraba con los ojos húmedos, e intentaba igualmente no cruzar la mirada con su padre, que se acomodó en su silla y observaba a Zariel. La madre se levantó para recoger.
- ¡Siéntate ahora mismo! - le gritó el padre. - No nos moveremos ninguno hasta que no termine de comerse nuestra comida -.