Este es el día 12 de 365 días de escritura.
La lluvia trae consigo la escritura. ¿Podríamos haberla encontrado de otra manera? Todo está dentro de mí: el murmullo de pájaros, la ausencia de miedo, el color del bosque y también las ganas de la hora de una cena a solas y también el agua del pez y el fluir, el fluir maldito pero solo mío, porque hay días que las vocales no me funcionan, qué pena, qué se le va a hacer. Ya no lucho. Hay días de necesario llenarse, de necesario invierno. Quizá lo mío fue algo más luz de luna que inminente encuentro, quizá lo nuestro fue olvidar para acordarme de mí y del instinto, o de la frecuencia del desierto y sus vientos lúcidos. Quizá sí, fue eso la ruptura sintáctica porque ¿qué me importan a mí las comas y las palabras inventadas, qué me importa a mí todavía deberte días, mundo, días de escritura que no aparecen por ninguna parte? Hay vocablos para las iglesias y para los montes. ¿Hay vocablos nombres para músicas intraducibles si no es en movimiento de caderas y cartílagos? ¿Qué hay más allá de ti?
Camino y hay bruma. Hoy habrá un Londres a mordidas en la piel de Barcelona y camino y me detengo y escribo apoyándome sobre la roca, robarle hojas de colores a los comercios y a las agencias de viaje –ya nadie va a Cancún- y no a la música y sí al tiempo y sí a los pies descalzos y sí al aprende cada día y sí al ascensor que nunca se detiene –“me tranquiliza su sonido”, dijo él- y sí a la connivencia entre Lyon y Essaouira y sí al momento ahora, sí, ¡porque es ahora cuando los pies descalzos y las canciones de Olafur Arnalds, es ahora cuando la bruma, es ahora cuando el pez salta y desea ser hombre, es ahora verso rápido, ahora, ahora!
Una conciencia de punto y aparte con todo, menos con todo, menos conmigo, menos con madrugar los sábados y los domingos de gloria y cuerdas para los equilibristas. Las camisas de flores y todavía ese sonido de cajas automáticas en la hora del afterwork y todos toman copas y cervezas pero yo escribo, oye, porque otra cosa no sé hacer. Así es el fluir. La velocidad es el fluir. El surrealismo y lo automático es el fluir. La llave que no encaja en la cerradura es el fluir y los orgasmos olvidados. Las llamadas que no hice son fluir, y las que no respondo por pereza. El no quejarme es fluir, el mojarme los labios de esperma es fluir, la luz sobre todo, el aroma y las lenguas de las cerezas es fluir y es ahora.
Quizás es por la lluvia que hoy estoy tranquila, que nada se resquebraja adentro. Mi y yo compramos viajes a Marruecos y la escritura no es una acto social, es autoinflingido. Nosotras hablamos con la voz grande de las cosas pequeñas, ¡tantos hablan ya de las cosas grandes con voces diminutas! La luz, el viento, el agua, la tierra: esos son mis elementos. La luz para rayar las costas. El agua para inundar planetas. El viento para excitar las pieles. El fuego desbocado porque sí. La tierra que me sorporta y me moldea. Todas esas cosas soy.
Quería las lenguas: el francés y el árabe yermo. Las quería y las tengo: no importa el dinero, estoy preparada para vivir nomás. Mientras tanto yo construyo las ciudades. Ellas, la tierra y el barro, me atraviesan. Ellas, el cemento y las megaurbes, me lastiman la piel y dejan heridas que son profundas y eternas hasta el fin de los días de un mundo pertenecido.