Revista Talentos

14 palos, del arroyo

Publicado el 07 marzo 2015 por Cerebros En Toneles
       He bajado al Arroyo, no para acudir al ambulatorio, ni para solucionar algún asunto policial, sino para seguir el rastro de catorce senderos creativos. Los últimos coletazos de la gripe y algún incidente ciudadano grave transmitían agitación a la plaza del viejo cauce. En un remanso, ajenos a toda desazón irracional, se encuentran los baños árabes Hammam Andalusí. Y si del ambulatorio y de la comisaría uno quiere salir rápido, de los baños ocurre todo lo contrario. La textura del aire, su temperatura, los silencios, el agua, el sol entre azoteas y la amabilidad de las personas te retienen sin misericordia. Por si todos estos elementos no bastaran, los baños acogen obras de arte y se convierten en una sala de exposiciones íntima, donde la experiencia estética no se ve enturbiada por nada, ni por uno mismo.   El grupo de artistas El Arroyo sabe elegir bien el espacio, tanto para exponer sus creaciones como para realizar sus tertulias. El nombre del grupo hace referencia a su lugar de reuniones, en la azotea de los baños, con la catedral al fondo. Sus diálogos dan pie a debates filosóficos o artísticos, sobre el estilo o sobre una técnica concreta, sobre la función del arte en Jerez o sobre lo que cada uno está trabajando. En el Arroyo fluyen ideas y se contagian emociones, es decir, se enriquece ese trasfondo que sirve de alimento para el acto creativo individual.  14 PALOS, DEL ARROYO   Decía Heráclito de Éfeso que no es posible bañarse dos veces en el mismo río. El Arroyo fluye, va cambiando, quizás porque está vivo. Los catorce palos de esta muestra aportan nuevas miradas al grupo. La flexibilidad, la capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias, es una de las virtudes que van asociadas a la supervivencia y la fecundidad. Y esa variedad de estilos y formas de crear se refleja en esta exposición.
   De los catorce palos, uno está dedicado a la escultura: “Pasado pixelado”, en madera y hierro, de Ignacio Sancho Caparrini. Una cepa es definida, atrapada, por cubos y prismas rectangulares de hierro. Las tres dimensiones de la retorcida cepa son reducidas a la geometría. La escultura nos pregunta si realmente todo pude ser captado por la información codificada digitalmente. Rodear la pieza y cambiar de luz, de reflejos, implica experimentar, precisamente, la riqueza conceptual del intento de apresar lo inapresable. El autor ha expresado de forma magistral la relación dialéctica entre naturaleza y técnica.   Los tres palos dedicados a la fotografía son: “Fragua gitana de Tío Juane”, de Pedro Carabante “Peri”; “Foto mural Manuel Moneo en la Plaza del Cristo de la Expiación”, de Juan Carlos Toro; y “Antonio Agujetas. Cuando el cante duele”, de Miguel Ángel González. El Proyecto Presencias de Juan Carlos Toro es uno de los trabajos artísticos más interesantes que ha tenido Jerez en los últimos años. De la ruina urbana emergen nuestras figuras del cante para recordarnos algo, lo que estamos dejando de ser. De las ruinas brota el arte, efímero, para impregnar de sensibilidad y rabia nuestro paso acelerado. En esto coinciden las tres fotografías, el sudor de la fragua o el claroscuro de Antonio Agujetas son apariciones que nos traen un mensaje olvidado.   El resto de las obras son pinturas, en diferentes estilos. David  Saborido expone “Serie Deconstrucción del Espacio. Pieza nº 14”. Sigue trabajando con transparencias de pigmentos sobre tabla y logra captar la luz, las dimensiones espaciales a través del color. La obra de Lauren López “Desh”, “El Cerillo”, sabe sintetizar la técnica del retrato clásico con los trazos y colores del grafiti. Así, los rostros que dibuja ganan fuerza expresiva.    La destreza realista queda patente en las obras de Eduardo Millán, José Basto, Carmen Chofre, Fernando Toro Piriz y Rocío Cano. Si José Basto plasma la mirada de la bailaora, esa sonrisa pícara, Fernando Toro refleja con grafito la humanidad del cantaor. El visitante tiene la oportunidad de apreciar también las atrevidas creaciones, menos realistas, de Carlos C. Laínez y sus reconocibles figuras, de Carmen Guerrero, con un paisaje poético y de Jesús Rosa, que nos recuerda los juegos del pop art.          

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