En el fondo los dos queríamos lo mismo. Pero a veces el yo no importa, y son las circunstancias las que te obligan a que las cosas ocurran como tienen que ocurrir.
A él le tocó defender la conquista de los mortales, y a mi mantener la situación que siempre había sido, la discrección sin intervenciones. Y entre filos, estocadas y cortes, bailábamos los dos en una lucha sin descanso, en el sitio acordado, con las instrucciones dadas. Nos movíamos con la agilidad que nos caracteriza, y el acierto, tanto para esquivar los golpes, como para infringirlos en el contrario.
Quizás solos, hubiera sido otra cosa, pero las circunstancias quisieron que llegásemos a una situación irremediable: ninguno de los dos podía retroceder, teníamos que cumplir órdenes si queríamos que sobrevivieran los hombres que estaban a nuestro cargo. Y quizás obedeciendo daríamos fin a todo, o al menos estaríamos cerca.
Así que, buscando un punto medio, decidimos retarnos solo los dos, y zanjar así todo. O al menos intentarlo.
Sé que no es fácil de entender todo esto. Te preguntarás cómo podíamos combatir. Bueno, cada uno de nosotros, cada círculo, muere de una forma distinta. Y créeme, es preferible saber el cómo. Conocer la forma de matarnos entre nosotros es una ventaja no al alcance de todos. Además tenías que reconocer en esta guerra el círculo al que pertenecía el contrario, o dirigir tus esfuerzos a inmovilizarlo.
Nuestro enfrentamiento fue dantesco. Nos retamos a filos, en una lucha en la que evitábamos las heridas mortales, que a ambos nos hubiera hecho renacer con tres años menos, cerca de allí, en el sitio más oscuro. Y hubiéramos vuelto a la lucha. Nosotros buscábamos heridas no de muerte, pero mortalmente dolorosas. Buscábamos debilitar al contrario, desangrarlo con heridas cicatrizantes, dejarlos fuera de combate, hasta el punto de no poder por nosotros mismos, por ejemplo, alimentarnos.
Esto, para los de nuestro círculo, era como un suicidio. Pero nosotros, si nos matábamos, quedábamos en un estado de coma: vivos y conscientes, pero inmóviles y sin pulso para el exterior. Un estado del que solo salíamos si alguien nos mataba.
Pero corríamos, además, el riesgo de morir, tal y como Zael me explicó antes del enfrentamiento, la fórmula para ello, ya que dependía en mayor parte de uno mismo. Y tal y como estaba el mundo, y yo mismo, te aseguro que no me hubiera importado.