Zariel buscaba por toda la habitación de su padre. Abría cajones, armarios, levantaba colchas, alfombras, cortinas, movía cuadros, pero con exactitud en su restauración, dejando todo tal cual estaba, y con una lentitud espasmódica, quizás por sigilo, quizás por perfección, o por la simple labor del escrutinio.
Cada vez que encontraba algo semejante a lo que estaba buscando lo examinaba minuciosamente. Su tarea se prolongaba y, al inicio de tal extremo obsesivo, comenzó a olvidarlo todo, y a rechazar cualquier estímulo externo que no fuese su búsqueda, como por ejemplo el sonido de su madre volviendo a casa de la mano de Alicia, como siempre pese a no tener edad para ello, ambas regresando de alguna tarea presente en la lista del padre, alguna tarea para localizar alimentos no adulterados o cualquier otra cosa necesaria para la familia.
- ¿Qué haces aquí Zariel? ¿Qué estás buscando? -
- Nada -.
- Alicia, vete a tu cuarto -.
- Yo me voy también -.
- No estarás... Zariel no estarás buscando el plan de tu padre. Ahora entiendo por qué me preguntaste antes... -
- Si es así, ¿me lo dirías? -
- ¿Por qué quieres ver el programa de tu padre? -
- ¿Y si le pasa algo? Tantos años elaborándolo para sobrevivir y se perdería. Tengo que aprender a usar la lista, los lugares, las horas, los alimentos,... -.
- Zariel, tranquilízate. Solo tu padre sabe usarla -.
- Te equivocas. Y llegará un día en el que él no pueda. ¡Dónde está! -
- Zariel me estás asustando. ¡Sal de aquí! -
- ¡Que me digas dónde está! -
- ¡Basta ya! -
- ¡Dónde está! -
Zariel agarró a su madre para forzarla a contestar y esta comenzó a zafarse de él. En el arrebato de ira Zariel golpeó a su madre, y esta cayó despacio hacia el suelo.
- ¡Dime dónde está! ¡Dónde está! ¡Dónde está! -
- Vete de aquí. Vete de aquí -. Lloraba, y seguía intentando quitarse de encima a Zariel, que le mantenía cogida mientras le preguntaba, escupiéndole las palabras con mucha ira e impaciencia.
- Dime dónde está -.
- No existe. No la encontrarás porque no existe, no está escrita. Tu padre la tiene en la cabeza - lloraba y se rendía a la fuerza de su hijo. Este aflojaba un poco con las manos, pero no con la mirada.
- Mientes. ¡Dime la verdad! ¡Dónde está! -
- Es la verdad, no existe el plan, está en su cabeza. Es la verdad -.