Empezaba a anochecer y era la hora de volver a casa, el reloj ya marcaba las ocho. Cada día sorteábamos quién se iba a la ducha primero. Piedra, papel o tijera era nuestro juego favorito para decidirlo, pero cada vez que peque perdía se enfadaba mucho.
- Venga G, que también hay que saber perder y por ducharte primero no te va a pasar nada. Mientras tú te duchas yo relleno la botella de agua para mañana el cole- le decía su hermana riéndose.
- Sí claro pero es que tú casi siempre ganas ¡haces trampa!- replicaba el pequeño realmente enfadado, pero dispuesto a aceptar su derrota y entrar en la ducha.
Después del ritual del baño, cena y un poco de televisión llegaba la hora de entrar en la cama. Un momento que a los pequeños de la casa les encantaba porque ya relajados se daban a la conversación y compartían lo hecho durante el día, aunque de vez en cuando peque preguntaba cualquier cosa con tal de no dormirse.
- Oye A. ¿Qué hiciste hoy en clase de música? ¿Tocaron la flauta?-
- Pues claro, en música siempre usamos la flauta, ya sabemos varias canciones-
- Yo en plástica hice un dibujo de una cucaracha, ¿y sabes qué? Me di cuenta de que no sabía cuántas patas tenía, así que le puse muchas y la profesora me dijo que en vez de una cucaracha parecía un ciempiés.-
- Pues es verdad G, a mí me dan tanto asco que nunca me he fijado en cuántas patas pueden tener.-
Y así cada noche A y G compartían un poco de todo y aprendían a conocerse un poco más antes de iniciar sus aventuras nocturnas.