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Deseaba ser joven, nunca lo había deseado tanto, había vivido feliz de niño, incluso me había escudado en ello en más de una ocasión. Pero tener compañeros de 16 años, aunque aparentase menos, e incluso amigos mayores, podía conmigo. No quería volver a ser niño.
- Están donde siempre Andrés – me decía Irene desde la cocina - pues no, no están aquí. Qué raro. Andrés, ¿puedes echarme una mano? -
- Estoy ocupado ahora mismo – le decía mientras observaba por la ventana a un grupo de jóvenes que hablaban.
- Bueno, pero vente un poco más tarde y me ayudas, que los invitados llegarán a las cinco -.
Era el cumpleaños de Paula. La pequeña niña cumplía ocho años y estaba muy cambiada, era mucho más alta, y había madurado bastante. Se preocupaba por su aspecto, siempre llevaba una ropa muy bien escogida y un pelo perfecto. Además, tenía una gran inteligencia y soltura junto a sus compañeros,… quizás estuviera aprendiendo de mí. Y si ella destacaba, mucho más lo hacía yo, aunque en apariencia fueran solo tres años más.
Irene quería lo mejor para ella y la cuidaba mucho. Y también para mí, me daría cuenta más tarde. Nos quería, y aunque no supo nunca la verdad estoy seguro que algo sospechaba, quizás por eso me ayudó en todo lo que pudo.
- ¡Gracias hermanito! – Me decía Paula cogiendo mi regalo, cuando ya todo el mundo se había ido. Conforme pasaba el tiempo más la quería, realmente fui muy feliz teniéndola de hermana. – Pero, esto cuesta mucho, ¿cómo lo has conseguido? –
- Es un regalo, ¿no? Pues no preguntes hermanita. Feliz cumpleaños -.
Por primera vez estaba viviendo sin esconderme, tranquilo, en una familia, y en plena juventud. No quería volver a ser un niño. A falta de un año ya lo tenía más que decidido: ¿y si no cambiara esta vez?
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