Zariel destrozaba las estanterías de la biblioteca. Tiraba todos los libros al suelo sacando toda su rabia acumulada, la misma rabia que muestra un animal cuando se siente acorralado, la misma rabia del reo de muerte cuando comienza su condena, y no después. Una rabia natural para eliminar todo lo antinatural que puede almacenar una persona.
Estaba solo en la biblioteca, pero hubiese dado igual que estuviera con alguien, o que alguien le observase o tratase de pararlo, todo le daba igual. Fuera discutían dos profesores. Algo se les entendía desde dentro, pero a Zariel, totalmente sordo a todo estímulo, le daba igual.
- Como siempre hasta que no pasa algo, nada -.
- A mi qué me dices, lo llevo diciendo años con la hermana -.
- ¿Pero lleva años viendo a Iván, puede ser? - En esa frase el profesor se giraba para ver el interior de la clase desde el cristal de la puerta, y abría los ojos ampliamente al tiempo que susurraba algún improperio.
Los dos profesores entraron por la puerta y mientras uno comenzaba a recoger dando la situación por imposible el otro trataba de argumentar algo. Pero ambas acciones duraron tan solo un segundo. El padre de Zariel invadió la habitación y se dirigió a su hijo entre los dos profesores, sin importarle que estuviesen allí, le cogió del cuello y le condujo hacia la puerta.
- Oiga, no puede… -
- ¡Usted se calla! - le contestó tajante el padre.
El profesor palideció y enmudeció, mientras que su compañero, más pasivo, resopló, y comenzó de nuevo a recoger.
Zariel trataba de resistirse pero sin mucho ímpetu. Su padre seguía arrastrándole hasta que salieron fuera de la biblioteca.