Revista Literatura

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Publicado el 09 febrero 2011 por Manueljesusluisrodriguez

Epístola a Olga
  Ayer vi el atardecer más hermoso que he visto en toda mi vida, junto al Palacio Real, cerca de aquel balconcito, sobre los jardines; uno de los lugares de Madrid que prefiero; pero no había llegado aún a la baranda cuando el sol de la tarde entre nubes me detuvo, más que el sol mismo, fue la belleza que veía, podía contemplarse directamente el sol, todavía no sé qué lo velaba, si niebla o misterio mismo sólo puesto ante mis ojos. Allí parado en el paso, sentí que lloraba de hermosura; un llanto que no resta, sino suma... Y fue entonces cuando pensé en lo que me dijiste la última tarde que nos vimos, todavía en tu casa medio desnudos, antes del cine: "Manuel, -fregabas- yo sé que tengo congeladas mis emociones, he sufrido mucho"... Miraste. Te miré. Eran tus ojos más azules que nunca. Ya el sol casi estaba cubierto, sólo leves rayos se veían; la magia había pasado, se había terminado lo eterno. Ahora volvía a sentir el alrededor, el Palacio y los turistas, las familias y las parejas, jóvenes en patines y bicicletas, niños, perros, lo de siempre a estas horas. Ya sentado, todavía el eco de lo intenso en la memoria, medio cielo dorado, sentí tu frase dentro y su dolor escondido de amapola y sangre... Qué solo allí me vi entre tanta gente, qué solo y desconsolado; pues si antes la frase vino sin dejar rastro, ahora llegó para quedarse; y no fue causa de soledad y desconsuelo, pero algo despertó dentro mía desde entonces. Dulce Olga yo quisiera decirte que es tu juventud ahí quien hablaba, que nada podrás hacer cuando el amor te llegue, que en amor nada está en tu mano; criatura más hermosa no habrás contemplado en tu vida, y entregarle querrás tu dulce cuerpo desnudo hasta la muerte, tus ojos y tu alma; del sufrimiento antiguo quedarán las cenizas, que podrás esparcir de un sólo golpe de mano, como el viento esparce los trigales en tu tierra. Pero Ulls Bonics esto tan hermoso que te digo también yo quisiera que verdad fuese, sin embargo un pensamiento vale más que el mundo, y preso en nuestros propios pensamientos, como fanático, infectamos mirada y mundo, y lo que un día fue posible, ahora yace como aquella Quimera de Cernuda, olvidada del hombre en su desierto... Miremos al cielo, amante querida, recemos que su luz nos salve, y amor nos de.

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