Cuando despuntó la mañana, el teléfono no paraba de sonar. No lo contesté. Ya más tarde diría que me dormí o inventaría alguna otra excusa. En ese momento sólo deseaba permanecer en la cama el mayor tiempo posible. Todo mi universo se hallaba envuelto en esas sábanas y el día pasó sin que me percatara del transcurrir de las horas.
Cuando conseguí levantarme, encendí el televisor y me enteré que anochecía en Managua. A esas horas, la plaza desbordaba de personas que, aunque por distintas razones, terminaron formando parte de la conmemoración de un nuevo aniversario del hecho más memorable de nuestra historia reciente. Yo preferí quedarme en casa y que los dos, tumbados en la cama, viviéramos nuestra propia revolución cuando mis dedos se aventurasen a abrirse paso en tu melena y terminaran despeinando tus cabellos.