Hace unas semanas os presentaba mi nueva sección Maravillosas Sastrerías, y os comentaba el porqué de este nuevo rincón. AQUÍ le dejo la entrada a todo aquel que se la perdiera y quiera saber más ;)
Pues bien, hoy vengo a presentaros una nueva y, ¿cómo no?, maravillosa sastrería a la que sigo desde hace tiempo y que, en mi opinión, merece muuuuuuucho la pena.
SENTIMIENTOS, LETRAS Y CANCIONES de Mae Taras
En este rincón encontraréis tejidos surgidos de la aguja de su administradora, tejidos con los que en mi opinión da gusto arroparse.
Y como para muestra un botón aprovecho esta entrada para traeros un TAPETE de Mae. Hace mucho tiempo que no adorno mi costurero con uno y creo que es la oportunidad perfecta.
EL ACCIDENTEpor Mae Taras
Llamé a su puerta. Como siempre, no obtuve respuesta alguna, así que abrí.—Hola, Sara. ¿Cómo estás hoy?Ella miraba al techo desde su cama. Se incorporó y me observó con ojos opacos. Por un momento, pareció que sus labios iban a pronunciar alguna palabra, pero los volvió a cerrar y su rostro quedó de nuevo inmerso en la oscuridad de su cabeza.—Te he traído un libro. Solías leer mucho, ¿te acuerdas?Sara observaba la pared que tenía en frente como ensimismada. De pronto, dio un respingo y me miró fijamente, como intentando encontrar las palabras para responderme. Frunció mucho el entrecejo y, segundos después desvió la mirada hacia el libro y su cara volvió a relajarse. Luego alzó la mirada a mi rostro, pero sus ojos volvían a ser opacos y su expresión, vacía.Me acerqué al lado de su cama.—¿Quieres leerlo?Ella extendió las manos hacia el libro. Se lo cedí.Tomó el libro y lo abrió por la primera página, esa donde aparecen citas de autores de renombre. Pensé que estaba leyéndolas hasta que me di cuenta que llevaba más de un minuto para leer dos líneas. Su mirada se encontraba perdida entre las pequeñas arrugas de la superficie de la página.—Trae, te lo leeré yo —le dije, al tiempo que tomaba el libro.Sus manos cayeron a la cama como inertes tras soltar el ejemplar. Estaba totalmente inconexa de su alrededor. Esperé unos segundos.—¿Quieres que te lo lea yo, Sara?Ella me miró sin comprender mis palabras. Al cabo de un rato, abrió muchos los ojos y los dirigió al libro.—Está bien, me pondré a tu lado y lo leeré contigo.Me acomodé en un extremo de la cama, junto a ella, y puse el libro entre nosotros dos. Había traído un libro de fábulas orientales. Como a Sara siempre le habían gustado los proverbios chinos, había elegido ese libro para aquel día.Comencé a leer, con el dedo marcando cada sílaba para que ella me pudiera seguir con facilidad. Leer era una de las pocas cosas que conseguían mantenerla en el mundo durante un rato. Pocas veces se perdía y, cuando lo hacía, sólo tenía que esperar unos segundos hasta que me apretaba el hombro para continuar.Se hizo la hora de irse. Terminé de leer la última fábula y cerré el libro.—Tengo que irme. Mañana te traeré un libro romántico, que es San Valentín. ¿Recuerdas que San Valentín es el día de los enamorados? —le di un beso en la frente y me aparté un poco.Ella me agarró de la camiseta. Dirigí mi mirada hacia la suya.Tenía el ceño fruncido, como si estuviera muy concentrada. Esperé.—Me... gustas —dijo finalmente—. Me... gustas.Me sorprendí. Ella pronunciaba palabras como “hambre”, “sed” y vocablos por el estilo, pero nunca había sido capaz de expresar un sentimiento u opinión.—Tú también me gustas, Sara —le tomé las manos y se las apreté—. Pero tengo que irme. Mañana te veré.No creo que escuchara las últimas palabras, ya que su rostro cambió drásticamente de la expresión de anhelo anterior al gesto ausente al que aún no conseguía acostumbrarme. Sus manos dejaron de apretar las mías y su vista volvió a posarse en algún punto por encima de mi cabeza.Le di otra vez un beso en la frente y salí de la cama. Luego la ayudé a acostarse. Tras ello, apagué la luz y me fui.Las lágrimas recorrieron mis mejillas, como tras cada tarde junto a ella. No conseguía acostumbrarme a aquella expresión ausente, a aquellos ojos idos, a su boca semiabierta o a sus manos inertes.“Se ha dado un golpe muy fuerte en la cabeza que ha generado algún tipo de lesión interna. Parece haber perdido todas sus facultades comunicativas. No es capaz de hablar, entiende más bien poco y no puede permanecer más de cinco minutos en conexión con el mundo que le rodea.” Eso es lo que habían dicho los médicos tras el accidente. Desde entonces seguía una terapia en la que evolucionaba positivamente, pero era casi imposible (por no decir totalmente imposible) que volviera ser la misma de antes. Yo lo notaba. Había ido viendo cómo aprendía a asentir y negar, cómo iba recuperando su lenguaje corporal, cómo podía decir palabras sueltas, pero veía su gesto concentrado cada vez que quería decir cualquier cosa, aunque sólo fuera un “sí”. Veía que la evolución no iría a mucho más. Su cerebro quedaría dañado de forma permanente.
Al día siguiente, volví con un libro de relatos románticos y unos dulces. Me la encontré de pie en el centro de la habitación, mirando a la pared que tenía en frente con los ojos muy abiertos. Agarré su mano y la dirigí a la cama, donde la orienté para que se recostara. Luego esperé a que reaccionara para invitarla a comer juntos los dulces. No fue demasiado mal, sólo a veces se quedaba mirando su mordisco sin tragar el anterior, pero ahí estaba yo para recordarle que debía tragar antes de dar otro mordisco.—¿Quieres leer este libro? Es romántico.Sara esbozó algo así como una sonrisa. Me alegró eso, ya que desde el accidente no recordaba muy bien cómo debía sonreír.Me acomodé, como siempre, en un extremo de la cama y, como siempre, puse el libro entre los dos.Leímos tres o cuatro relatos durante la tarde. El último iba sobre un hombre ciego que pensaba que nunca encontraría el amor y finalmente, lo encontró. Cuando acabamos de leerla, Sara me golpeó la mano. Tenía los labios fruncidos y esa expresión de concentración que ponía cuando quería decir algo.—No —dijo finalmente. Parecía que quería decir algo más, pero no encontraba las palabras—. No —repitió.—¿No? —pregunté— ¿A qué dices no?—No —negó con la cabeza. Su rostro era una mezcla entre enfado, tristeza y concentración—. Es mentira.—¿Qué es mentira?Ella señaló el libro.—¿Dices que el libro es mentira? ¿Por qué?De nuevo se puso pensativa, bajando la mirada y buscando las palabras para expresarse. La detuve cuando comenzó a golpearse la cabeza de frustración, cuando golpeó la pared. Finalmente se sumió en un silencio monótono de unos diez minutos.—Él no vale.Yo podía ver en su cara de sufrimiento el enorme esfuerzo que le suponía encontrar las palabras para expresar sus sentimientos. Unos sentimientos que yo me temía que existieran.—Él no vale —repitió—. No se le ama.Esta vez fui yo quien hizo mutismo. Aparte de la sorpresa que me producía escucharla decir frases completas, no me podía creer que pensara eso.—Yo soy igual. Ya no valgo. Sólo doy pena. No se me puede amar —hizo grandes pausas entre frase y frase, pero consiguió pronunciarlas todas. No lloraba, sólo tenía una máscara de desesperación pintada en su cara. No podía imaginarme las ganas que tenía de desahogarse llorando, pero desde el accidente ella no lloraba. Su cuerpo no recordaba cómo llorar.No dije nada. Sólo la abracé en la cama y puse su cabeza contra mi pecho. Luché por contener mis lágrimas, pero en vano. Estuvimos así unos minutos. No sabría decir si ella estuvo todo el tiempo consciente de lo que pasaba, pero yo la mantuve así, junto a mí. Luego la separé un poco, le rodeé la cara con las manos y susurré:—Yo sí te amo. Puede que te pierdas, pero sé que recuerdas. Yo sí te amo. No lo olvides. No amo a la Sara de ayer ni a la que será mañana. Amo a la Sara de hoy, a la Sara con dificultades y con sonrisas torcidas. A la única Sara que hay.Ella me escuchó y asintió. Me acarició la cara produciéndome un escalofrío, ya que, desde el accidente ya meses atrás, no había sido capaz de acariciarme.Luego, con terror, vi cómo se fue apagando ese brillo comprensivo de su mirada, cómo volvió la expresión desvaída, cómo cayó su mano como inerte a un costado y cómo iba volviendo ausente a su mundo, y no pude hacer otra cosa más que preguntarme si aún encerrada en su mente recordaría mis palabras y si las entendería.Sólo podía esperar que sí.—Te amo, pequeña Sara.Sus labios murmuraron algo en voz tan baja que no entendí, posiblemente no más que un balbuceo, posiblemente una respuesta. De sus ojos se desprendieron dos lágrimas por primera vez en mucho tiempo, que cruzaron sus mejillas blancas y rodaron por su cara pálida hasta llegar a la barbilla y finalmente, caer. Fueron sólo dos lágrimas.Era la hora de irse. Ayudé a Sara a recostarse en la cama, ya que por ella misma no lo haría. Luego, no sin esfuerzo, abandoné la cama y volví a mi silla de ruedas. Apagué la luz de la habitación y salí de la habitación para volver a los lúgubres pasillos del hospital psiquiátrico.Como todos los días, dejé que las lágrimas se desprendieran de mis ojos tras estar con ella. Sólo deseaba que volviera de ese mundo interior, de ese estado de sufrimiento y que saliera de esa habitación de paredes blanco crudo.Salí del hospital pensando en mi silla de ruedas, en el silencio de Sara y en el maldito y nefasto momento del accidente.