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(2) monólogos de mi vecino

Publicado el 20 marzo 2011 por Eugeniomanuel
 “Los anuncios, los coches y la pitopausia.-Hay que ver lo que aprende uno con los anuncios de la “tele”, Sr. vecino. Yo no sé usted, pero lo que es yo, lo que es este menda lerenda, aprende de los anuncios ¡cantidad! -Sí, hombre, sí. Ya sé que los anuncios no están hechos para culturizar al pueblo precisamente. Ya estoy enterado de que, para lo que sirven, es precisamente para lo contrario y ¡sobre todo! para que nos gastemos una “pasta” que mayormente no hay. Por ejemplo: Supongamos que yo tengo un coche que me da el “avío” ¿Hecho? Vale, pues los de los anuncios no me dicen que mi coche me da el “avío” y que no me compre otro hasta que no lo necesite ¡Nada de eso! Los de los anuncios van y me meten por los ojos un coche más potente, más vistoso y más grande. A partir de ahí yo empiezo a ver por todos los sitios el puñetero coche y miro el mío y ya no pienso que está bien y que me da el “avío”, no; lo que pienso ahora es esto: ¡vaya mierda de coche que tengo comparándolo con el que tiene el vecino! (no, a usted no me refiero, vecino) y vaya mierda que es el coche del vecino comparado con el del anuncio… Y eso me da vueltas y vueltas en la cabeza y cada vez que veo el jodido anuncio, más vueltas. Hasta que un día la “parienta”, que no te lo dice, pero que sabe latín y está pensando lo mismo que tú, va y te lo suelta y lo hace de esta manera, más o menos: “amor mío ¿no te parece que los niños se han hecho grandes y que en el coche ya no cabemos todos?” Y claro, tú no reparas en que, cuando menos necesitas un coche más grande, es precisamente cuando los niños se hacen mayores y ya no quieren ir contigo y con la parienta ni a la puerta de la calle, sino que lo que quieren es el coche propio o la moto gorda; tampoco reparas en que al viejo coche aún le queda vida útil; tú lo que haces es pensar que la “parienta” tiene razón y le contestas: “Pues, mira, eso mismo estaba pensando yo, amor mío”. Entonces ¿qué ocurre?, pues ocurre que, como si hubieran estado pendientes de la conversación, en ese mismísimo momento, ponen por la “tele” el anuncio del coche más potente, más vistoso y más grande y al crío chico se le ocurre decir: “¡Ese papi, ese!” Total: el coche grande aparcado en la puerta a la semana y tú, todo el día sacándole lustre con el puño de la chaqueta y pendiente de si el vecino celoso (¡que no, hombre, que usted no!) o el gamberillo del bloque, te lo han rayado “sin darse cuenta”, o si el torpe que aparca juntito, justito, te ha dejado algún que otro bollo de recuerdo y se ha “largao” sin decir ni pío. -Yo sé que en todo eso es en lo que terminan los anuncios, pero también le digo que son ¡un pozo de cultura, vecino! Me explico:-¿Ha visto Ud. los anuncios de la “pitopausia”? ¿Cómo dice? ¿Qué se llama andropausia y que “pausia” viene del griego cesación o corte y que es resultado de la testosterona en el organismo? Bueno, vecino, no se pase  que eso es para la gente leída como usted; para mí que, con decir “pitopausia”, nos entendemos todos los que nos queramos enterar, ¿o no?- Lo que es yo, me enteré de que existía una vez que en la TV2 (porque uno también ve la TV2, sobre todo a la hora de la siesta con los documentales de los bichos), esa vez en la TV2 –como le decía- me entretuve viendo una entrevista a don Paco Umbral y (con la guasa seria que tenía don Paco) habló del “verduguillo”. Dijo que el “verduguillo” era como una caperuza con un hueso de ave en la punta que los hombres se colocaban en el mismísimo “aquello”, y que ser-vía para que pudiera “cumplir” con la “parienta” o con quien fuera cuando le llegaba la “pitopausia”. Entonces, el periodista que lo entrevistaba, que era muy joven, le volvió a preguntar: “¿Y cómo dice usted que se llama?” “Verduguillo”, contestó don Paco. Al periodista joven se le ocurrió volver a la carga: “¿Ha dicho usted “verduguillo”? Lo voy a anotar”. Y don Francisco (¡la guasa seria que tenía don Francisco!) respondió: “¡Anótelo usted joven, anótelo!” No hace falta que le diga lo que me reí al rato, cuando me enteré de lo que iba la película.-Bueno, pues a lo que yo iba. Antiguamente, eso de la “pitopausia” era una cosa (bueno, andropausia) que estaba en el “armario” porque el macho era macho hasta que se moría y pobrecito de él si andaba falto de “género”; pasaba de macho a medio-macho o a inútil y eso era la peor de las maldiciones que le podían caer, por eso había (aunque a día de hoy la especie no se haya extinguido) ¡tantísimo viejo verde!, porque había que disimular ante el prójimo el efecto de la madre naturaleza aunque fuera con la boca. Ya la cosa ha cambiado, ahora parece tan común, que en el “armario” (como en otros muchos casos) no tiene que caber ni un calcetín más y ¿qué ocurre en consecuencia? Pasa que los economistas les dicen a los publicistas que ese “armario” está lleno y que ahí hay negocio si se abren las puertas (un hollow, que dicen los ingleses. ¿Se fija vecino?) ¿Qué hacen los publicistas? Fácil, vecino, fácil: se hartan de hacer anuncios de médicos y de clínicas que dicen que la “pitopausia” tiene solución y que ellos la curan.-Y me pregunto yo ¿por qué no habrán hecho el anuncio antes? ¿O es que antes no estaba lleno el armario y se ha “colmao” por culpa de la democracia y del libertinaje? ¿O es que los machos de hoy, que también vienen de Paris, son de peor casta? No lo creo. El armario siempre ha estado lleno, lo que pasa es que, con esto del envejecimiento de la población, pues también se hacen negocios, que donde hay un hollow hay negocios y que donde hay negocios pues se hacen anuncios para que el dinero corra, o sea: lo que se llama el mercado. Así de sencillo.-Pero ¿sabe usted lo que me preocupa? Lo que me preocupa es que la medicina que tengan para eso los médicos y las clínicas anunciantes de las curas, sea la que decía don Paco Umbral: ¡el dichoso “verduguillo”!-¿Ve usted lo que se aprende con los anuncios de la “tele”?.-Que tenga muy buenas noches, vecino.

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