Por el amor de Dios, ¿puede haber algo más romántico y único en este mundo que un hombre que se arrodilla frente una mujer para decirte, a corazón abierto: ¿quieres casarte conmigo??
Ay omá, casi me da un mareo. Como yo llevo cinco años pidiéndole a mi chico que se case conmigo, siempre que me hacía alguna broma yo ponía el pilotito de alerta (ese del: "es ahora!", "ahora es el momento!!", "ahora me lo va a pedir!!!") pero no. A Víctor siempre le gustó llevar las riendas y sabía que cuando lo hiciera se lo iba a currar, pero sin público y sin mariconadas. Después del cine me llevó al lugar donde tuvimos nuestra primera cita, él tenía las manos frías y yo iba monísima de la muerte (no me esperaba la caminata que luego tuve). Llegó el momento de la gallardía, rodilla izquierda a tierra, mano derecha al bolsillo y sensación de nudo en la garganta, los dos solos al atardecer en la silla de Felipe II, tras una declaración de amor y de vida llega el SÍ, QUIERO. Y ahí empieza todo, mejor dicho continúa, quien me conoce sabe que me chiflan las bodas, mis amigas cuando escucharon la noticia empezaron a temblar pesando que iba a ser la típica novia pesada (creo que no lo estoy siendo!) y aunque es cierto que llego sobrecargadita de información, lo bueno es que me lo estoy pasando pipa.
Y esas ya... fueron unas mejores Navidades.