Las nubes es lo único que siempre echo de menos. He visto cielos al norte, al sur, al este y al oeste, y todavía ninguno ha logrado emocionarme de la manera que lo hacen los atardeceres sobre la llanura. Nada alrededor significa que el cielo tiene mucho espacio para ir mutando poco a poco. Sobre todo los cielos de otoño, los violetas de otoño a un lado y el anaranjado del sol marchándose al otro: cielo en colores. Surreálisis. La llanura, cielo, cielo, cielo y las cigüeñas marchándose de frío, y siempre la misma carretera tan recta durante kilómetros, tan oscurecida. ¿Cuánto sabe este paisaje de mí? ¿Cuánto nos habremos observado con los ojos tan abiertos, poseyéndonos como si nada excepto la tierra pudiera obtener ni un ápice de mi cuerpo?
Ya no reniego porque esto también soy yo. A partir de ahora será más fácil.
Una habitación azul