A la mierda con no escribir cosas personales.
Hoy 20 de enero del 2018 llevo pocas cosas descubiertas, y todas están en el baúl de madera con estampillas, al pie de nuestra cama.
Que hay lugares que uno amó mucho en la vida, y a los que se vuelve. Pero nada es lo mismo. El olor, los aromas, las risas, el baile en la cocina, todos se han ido al carajo. Y quedamos nosotros, expectantes, mudos, intrépidos y poco valientes, tratando de cazar las mariposas blancas, aún a sabiendas de que morirán a las pocas horas de ser enjauladas.
Que a pesar de todas las señales habidas y por haber, de los gritos y las miserias, de las miradas profundas que no dicen nada, de la piel descarnada que simula un amor que no es, a pesar de todo eso le metemos para adelante con los bolsillos llenos de ilusión. Y luego nos estampillamos. A ese lugar que es una caverna profunda no se debe volver.
Que los recuerdos son eso. Memorias del pasado que vamos adornando y nos sirven para desear más, para alcanzar el tren y subirnos de una puta vez para sentarnos en el vagón de los asientos azules y esperar el desayuno de café con leche y tibias medialunas. Y que estés vos, mirando del otro lado.
Que tu sonrisa sobrevive en mi mente, y que hoy luce tan apagada como la mía, pero a pesar de eso la remamos, con mucha inconsciencia, con poca perspectiva, con nada de futuro.
Que fuimos felices en el momento indicado. Que no pudimos superar tanta felicidad. Que nos superó toda la monotonía, la inconstancia, el engaño, el miedo. Miedo a ser, a no ser, a ser herido, a herir, a que todos los días sean iguales, a que nos guste otro, a no desear más.
Que la vida se supera, o no. Y que está en nosotros tomar esa decisión.
Que saltar se salta, no sin mearse encima de tanto pánico. Que lo que imaginamos al momento de poner el pié en el precipicio antes del salto, no es lo que vendrá. Porque lo que viene es mejor, es peor, es distinto, y no huele a vos.
Que en algún momento hicimos al otro feliz, a veces a costa de nuestra propia resignación, y que eso a veces es ganar el día.
Que ya no somos los mismos, que está bien equivocarse, recalcular, soñar, escribir hasta morir, laburar menos, tomarse una cerveza con un desconocido, llorar, reír, aventurarse a cosas nuevas, morir un poquito –tal vez cinco minutos al día- con el recuerdo de alguien.
Que la vida somos nosotros. Que a veces hay que apretar los dientes y otras estallar en una carcajada. Que hay que confiar aunque cueste. El otro también tiene miedo.
Que me cansé de barcos acorazados, emociones ocultas, sentimientos envueltos en un repasador de cocina, del arroz que no tiene gusto a nada, de la cocina vacía.
Hoy, 20 de enero, he descubierto apenas un par de cosas.
Las guardo junto a las otras, en el baúl de madera con estampillas, al pie de nuestra cama.
Patricia Lohin
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